Veo todo lo que me falta por crecer. Me veo pequeño y necesito un milagro. Sí, necesito convertirme, cambiar por dentro, dejarme hacer por Dios. María obra ese milagro en el Santuario. Allí me recibe con amor y su misericordia me va transformando hasta convertirme en instrumento de su amor, en testigo de su esperanza.

Al llegar, María me acoge como soy, con una sonrisa, un abrazo lleno de ternura, de paz

El Santuario es ese lugar en el que María quiere hacerme su hijo. Me llama por mi nombre y me hace sentir que soy suyo. Conoce mis entrañas, ha visto mis sueños, se admira al ver mi pureza de alma. Y al sentirme querido por Ella, me dejo llevar por su voz. Escucho en mi interior su llamada, su voz clara y firme. Al llegar me acoge como soy, con una sonrisa, un abrazo lleno de ternura, de paz.

Y luego comienza a educar mi corazón con paciencia. Estoy tan lejos de lo que puedo dar, de lo que puedo llegar a ser. Necesito tantos milagros en mi corazón. Esos milagros cotidianos que necesito para cambiar mi alma por dentro. Por eso voy al Santuario. No solo para sentirme en casa, sino porque deseo algo de orden en mi corazón.

Intento mil maneras de vencer mis flaquezas

Quiero que en mí no manden mis pasiones, mis instintos, mis debilidades. No quiero dejarme llevar por mis esclavitudes.¿Cómo es posible que mi debilidad sea más fuerte que mi fortaleza? Se impone en mi corazón mi tendencia a quererme mal, a amarme de forma equivocada, a darme de manera egoísta. Intento mil maneras de vencer mis flaquezas. Incluso desenmascaro mis errores cuando pretendo justificarlo todo con mil argucias. Porque es verdad que no quiero verme tan pecador, tan sucio. Cuando me confronto con mi pecado me gusta buscar culpables lejos de mí que carguen con mi responsabilidad. Alguien que justifique mis actitudes negativas. Pienso que el mundo es culpable, los otros los son. Yo no sabía lo que hacía, yo era ignorante. Y así una y otra vez me justifico frente a mí mismo, frente a Dios.

Dios quiere que no tenga miedo y me muestre como soy, frágil

¿Quién sabe toda la verdad? ¿Quién conoce la historia completa de mi vida? ¿Quién ha visto mis intenciones ocultas? Nadie lo sabe todo, nadie ha visto lo pobre que soy. Sólo Dios lo conoce. Sólo estamos Dios y yo ante una misma verdad. Yo queriendo tapar mi desnudez inútilmente. Y Dios queriendo que no tenga miedo y me muestre como soy, frágil y sin pretensiones. ¿Por qué me empeño en parecer perfecto, en no mostrar fisuras? ¿Por qué tanta tensión para salvar mi vida si es Dios el que me salva y me sostiene? ¡Cuánta fragilidad, cuánta pobreza! Le cuento una historia a Dios adornando mis comportamientos, justificando mis mezquindades, disimulando mis errores.

No importa cómo llegue. María me mira conmovida y me abraza.

Así llego cada día al santuario. Roto, herido, confuso, sucio. No importa cómo llegue. María me mira conmovida y me abraza en silencio. Y yo, de rodillas, le pido que obre milagros de gracia en mí y cambie mi mirada. Y así, poco a poco, día a día, va a actuando Jesús en la fuerza del Espíritu Santo. Va obrando pequeños milagros, insignificantes en apariencia, pero muy grandes para mí que soy tan pequeño.

Me manda porque me quiere y necesita que yo sea su dócil instrumento

Y así, súbitamente, comienza un cambio en mi corazón que casi no percibo y María me dice al oído: Ve, sal al mundo, no tengas miedo, te están esperando. Yo trato de buscar excusas para no exponerme, para no dar todo lo que tengo. Me da vergüenza, tengo miedo. ¿Quién soy yo para ser enviado a los hombres? Me falta fe en la palabra de María. Es ella quien quiere mandarme a mí. Yo no quiero ir. Pero Ella me necesita. A Ella le bastan mi pobreza y mi debilidad para obrar milagros. Le bastan mi mirada torva, mi mal genio, mi orgullo, mi mezquindad. Incluso de mis pecados saca Ella provecho no sé bien cómo. Y quiere enviarme en medio de los hombres para salvarlos. ¡Qué vana mi pretensión cuando me creo importante y pienso que me necesitan! Yo no puedo salvar a nadie. No puedo levantar a ningún caído. Pero tampoco puedo negarme a ir. Me manda porque me quiere y necesita que yo sea su trasparente, su dócil instrumento. Quiere que cuando me miren vean a María. Desea que al escucharme oigan su voz. Pretende que al estar en mi presencia sientan que es Ella quien está con ellos.

Siendo débil se verá su fortaleza

Sé que siendo transparente todo será posible en mi vida. Sé que siendo débil se verá su fortaleza. Siendo niño se manifestará el poder de Dios. María me envía a proclamar las maravillas que Dios ha hecho en mí. Desea que no vuelva la mirada hacia atrás con miedo. Que no piense en mi pasado confuso. Que no me quede en los fracasos vividos. Quiere que vuelva a confiar y sonría feliz. María hará los milagros, Ella es la gran misionera. Y yo tan solo tengo que dejarme llevar adonde me pida. Sin miedo, sin angustia. Es su obra y yo solo soy un instrumento en sus manos. Esa forma de ver mi vida me da paz. María me mira como a su hijo precioso. Y yo me dejo llevar en la fuerza de su abrazo. Su amor infinito me hace apóstol, capaz de anunciar las maravillas de María. Soy enviado como testigo de su amor.

 

Fotos: cathopic.com