Comienza la cuaresma y pienso en la ternura y la misericordia de Dios. Es este tiempo de desierto un tiempo de misericordia. Dios me mira conmovido, compasivo y me ama como soy, sin condiciones. Viene a mi vida para que mi vida cambie y sea mejor. Con el miércoles de ceniza comienza un nuevo camino por el desierto. ¿Por qué necesito la ceniza para caminar? Podría comenzar sin necesidad de que nadie me las pusiera en la cabeza. La ceniza me habla de muerte, de olvido, de fuego consumido, de vida destruida, de soledad, de desamparo. ¿Qué necesidad tengo de revestirme de ceniza? ¿Para qué las necesito?

¿Por qué recibimos la ceniza al comienzo de la Cuaresma?

Y entonces leo una poesía que me da algo de luz sobre este primer día de mi cuaresma: «Son hojas verdes mis días. Hojas que caen cada otoño. Son árboles que se elevan y raíces que se entierran. Es pasado mi presente y mi futuro es historia. Desandar no puedo nunca, sólo andar nuevos caminos. Aprender siempre es posible, desaprender duele hondo. Olvidar sucede a veces, otras el recuerdo hiere. No sé bien cómo se empieza de nuevo a tejer los días. Tras las derrotas crueles, tras la muerte que da vida. Alguien me recuerda entonces que sólo morir me salva y el que ama da la vida. En eso consiste entonces volver a nacer de nuevo. En morir un poco siempre para volver a dar vida». Es entonces que comprendo el sentido de estas cenizas. Un día fueron ramos de olivo verdes tendidos a los pies de Jesús, cuando entraba en Jerusalén dispuesto a entregar la vida. Ahora son ceniza bendita. Me recuerda lo que es mi vida. Hoy un brote verde, mañana queda sólo el olvido. Por eso me viene bien recibir la ceniza, porque tengo una tendencia exagerada al olvido. Ya no me acuerdo de las derrotas y creo que voy a vencer siempre -ramos verdes, hojas verdes firmes en la rama.
Este tempo de deserto não é um tempo triste, mas sim de alegria.

Como soy pequeño, necesito la fuerza de esta ceniza

La ceniza me muestra que mi vida es caduca y muere. La vida que no se entrega y muere para dar vida, no merece la pena. Me revisto de esa ceniza que no embellece, sino me hace más humilde, más pobre. Es una ceniza extraña que llena de luz mi alma. Necesito comenzar así este tiempo de desierto, de cuaresma, estos cuarenta días. Sin esta realidad del amor que se entrega, muere y da la vida, no tendría sentido caminar descalzo el desierto de Cuaresma. No me olvido entonces de lo importante: No soy Dios, soy sólo hombre. Soy pobre y no puedo hacerlo todo solo. Camino descalzo por este desierto cubierto de ceniza, recuerdo entonces que soy niño, que soy hijo, que soy necesitado y que tengo una nostalgia de infinito pegada al alma. Al recibir la ceniza escucho que soy polvo y que en polvo me convertiré. Y entonces dejo de afanarme por tantas cosas que me quitan la paz: ¿Para qué me agobio tanto? La pequeñez es la condición de hijo que he recibido desde que nací. Si soy hijo necesito a un Padre todopoderoso que me dé la vida. Y como soy pequeño necesito la fuerza de esta ceniza que me recuerda quién soy.

¿Por qué vivimos este tiempo de Cuaresma?

Comenta Albert Espinosa: «Dentro de cualquier pequeño cobarde hay un gran valiente. Todo saldrá bien. Si la contemplas de cerca la vida a veces no tiene sentido. Hay que alejarse un poco y contemplarla desde lejos, con una gran sonrisa». La cuaresma me ayuda a alejarme un poco de mi vida para contemplarla con sentido. En ese arco que lleva de mi nacimiento a la muerte. Entonces los problemas no son tan graves y la vida es mucho más que el miedo presente. Sólo necesito creer más en Jesús, en su Palabra y cambiar de vida, crecer, ser mejor. Para eso se me regala este tiempo. Y la ceniza sólo me bendice. Es como esa mirada de Dios que se posa sobre mí para decirme lo valioso que soy ante sus ojos. No soy nada, soy pequeño y a la vez soy el tesoro más grande que puede contemplar Dios. La ceniza me enseña a no estrechar mi horizonte. Lo abro, es mucho más amplio. Estoy hecho para el cielo mientras camino sobre el polvo del desierto rumbo a la Pascua. * Extracto de la Homilía del Primer Domingo de Cuaresma, 21 de febrero de 2021. Ver el texto completo aquí.