Dos sillas en una iglesia. A veces no se necesita más para escribir historia. Eran sillas elegantes en la venerable Basílica de San Pedro. Pero no se trataba de una cumbre oficial ni de un encuentro diplomáticamente escenificado, sino de un escenario secundario que, de repente, se convirtió en el centro de atención: Donald Trump y Volodímir Zelenski juntan dos sillas y se sientan uno frente al otro. Dos hombres que recientemente habían tenido enfrentamientos públicos. Dos presidentes, dos sillas y un momento que dice más que muchos discursos.
No vinieron a Roma como pacificadores. Tampoco vinieron en busca de reconciliación. Vinieron, como muchos otros, al funeral del Papa Francisco. Un día de despedida, de silencio y reflexión. Y, sin embargo, en medio del ceremonial y del duelo, sucede algo inesperado: aprovechan la oportunidad del reencuentro. Se acercan y conversan a la sombra de la tumba de San Pedro.
Quizás eso sea también lo que podemos esperar de un año jubilar bajo el lema «Peregrinos de la esperanza»: que Dios a veces utiliza situaciones que, en apariencia, no tienen nada que ver con la esperanza o un nuevo comienzo. Él nos encuentra en medio de la rutina, el ruido y el dolor, y abre puertas donde ya creíamos que estaban cerradas. Trump y Zelenski no vinieron a Roma como «peregrinos de la esperanza», pero es posible que la atmósfera especial, la fuerza de la comunidad, el peso del lugar o el lema de este año les tocara de alguna manera. Tal vez el espíritu de paz, reconciliación y esperanza que envolvía esta celebración dejó una huella más profunda que cualquier agenda política. ¡Ojalá sea así!
Y ojalá también lo sea en nuestra propia vida. Porque tampoco necesitamos condiciones perfectas para despertar esperanza. Con dos sillas juntas basta. Una conversación sincera, un silencio compartido, una llamada telefónica en medio del ajetreo de nuestra propia historia. A menudo, Dios utiliza lo insignificante y lo secundario para actuar. Ese es, para mí, el mensaje importante de esta imagen: la esperanza no es un gran espectáculo, sino la suave invitación a sentarse una y otra vez en las sillas que la vida nos ofrece.

Fuente: basis-online.net