No es fácil imaginar lo que sería vivir en un campo de concentración. En él hay tremendos desafíos y dificultades: frío, hambre, cansancio, enfermedad, toda la presión y el ambiente abrumador en el que vive allí la gente. Como hemos oído, ¡es un infierno!
Y en este ambiente de tanta desesperanza, nuestro Padre Fundador sembraba esperanza, ofrecía un trato personal, cuidado y atención a los demás. Sabía y buscaba cada día vivir en la divina Providencia. Siempre quiso responder con fidelidad y amor a Dios Padre.
En este diálogo con Dios, el Padre José Kentenich buscaba la voz de Dios en los pequeños acontecimientos:
"Con la preocupación por la familia entré en el campo de concentración y, según la ley de la puerta abierta, siempre estaba tanteando: ¿no abrirá el buen Dios una pequeña puerta para una nueva fundación, incluso en estas situaciones tan desfavorables de aquí? ¿Cuándo abrirá la puerta a esta fundación?".