El Papa se reunió con representantes de Movimientos, Asociaciones de Fieles y Nuevas Comunidades

El Papa Francisco recibió en audiencia este jueves 16 de septiembre en el Vaticano a los participantes en el encuentro con moderadores de asociaciones de fieles, movimientos eclesiales y nuevas comunidades, promovido por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, sobre el tema «La responsabilidad de gobierno en las agrupaciones laicales: un servicio eclesial».

La responsable general de la Federación Apostólica de Mujeres de Schoenstatt, la alemana Marianne Mertke, participó como miembro del Movimiento de Schoenstatt. La Federación de Mujeres es una asociación internacional de mujeres laicas en la estructura de la Iglesia. También estuvo presente el P. Alexandre Awi, Padre de Schoenstatt, quien participó de la organización del evento para el Dicasterio.

Marianne Mertke

El Santo Padre agradeció a los participantes por su presencia, a pesar de las dificultades causadas por la pandemia de coronavirus, la cual impidió a algunas personas viajar debido a las restricciones vigentes en muchos países. Saludó y agradeció también a quienes participaron en línea.

La verdadera misión eclesial
Sobre la solidaridad, expresó que “en los últimos meses, han visto con sus propios ojos y han tocado con sus propias manos el sufrimiento y la angustia de muchos hombres y mujeres a causa de la pandemia, especialmente en los países más pobres, donde muchos de ustedes están presentes. Les doy las gracias porque no han dejado de aportar su solidaridad, su ayuda, su testimonio evangélico, incluso en los meses más difíciles, cuando el número de contagios era muy elevado. A pesar de las restricciones debidas a las necesarias medidas preventivas, no se rindieron, al contrario, sé que muchos de ustedes multiplicaron sus acciones, adaptándose a las situaciones concretas que tenían que afrontar, con la creatividad que da el amor, porque quien se siente amado por el Señor ama sin medida”.

Y agregó: «Como miembros de asociaciones de fieles, movimientos eclesiales internacionales y otras comunidades, tienen una verdadera misión eclesial. Pienso especialmente en aquellos que, estando en las periferias existenciales de nuestras sociedades, experimentan el abandono y la soledad en su carne y sufren muchas necesidades materiales y pobreza moral y espiritual. Nos hará bien a todos recordar cada día no solo la pobreza de los demás, sino también y sobre todo nuestra propia pobreza».

Según el Santo Padre, las asociaciones de fieles, los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades «son también, a pesar de las limitaciones y pecados de cada día, un signo claro de la vitalidad de la Iglesia: son una fuerza misionera y una presencia profética que nos da esperanza para el futuro. Un futuro que hay que preparar aquí y ahora, aprendiendo a escuchar y discernir el tiempo presente con honestidad y valentía y con la voluntad de tener un encuentro constante con el Señor, una conversión personal constante. De lo contrario, corren el riesgo de vivir en un mundo paralelo, destilado, lejos de los verdaderos desafíos de la sociedad, de la cultura y de todas las personas que viven a su lado y esperan tu testimonio cristiano».

Primer reto: no encerrarse en un barril de hierro
Según el Papa Francisco, «la pertenencia a una asociación, a un movimiento o a una comunidad, sobre todo si se refieren a un carisma, no debe encerrarnos en un barril de hierro, no debe hacernos sentir seguros, como si no hubiera necesidad de responder a los desafíos y a los cambios. Todos los cristianos estamos siempre en camino, siempre en conversión, siempre discerniendo para hacer la voluntad de Dios”.

Hablando del ejercicio del gobierno en el seno de las asociaciones y movimientos, tema de este encuentro, el Papa remarcó que «los casos de abusos de diversa índole que se han producido en estas realidades siempre tienen su raíz en el abuso de poder. A menudo la Santa Sede ha tenido que intervenir en los últimos años, iniciando difíciles procesos de rehabilitación. Pienso no solo en estas situaciones muy malas, que hacen mucho ruido, sino también en las enfermedades que provienen del debilitamiento del carisma fundacional, que se vuelve tibio y pierde su capacidad de atracción».

Segundo reto: el deseo de poder
A continuación, el Papa Francisco citó dos obstáculos que un cristiano puede encontrar en su camino y que le impiden ser un verdadero servidor de Dios y de los demás: el deseo de poder y la deslealtad:

«Nuestro deseo de poder se expresa de muchas maneras en la vida de la Iglesia, por ejemplo, cuando sentimos, en virtud del papel que tenemos, que tenemos que tomar decisiones sobre todos los aspectos de la vida de nuestra asociación, diócesis, parroquia, congregación. Delegamos en otros las tareas y responsabilidades de ciertas áreas, ¡pero solo en teoría! En la práctica, la delegación en otros se ve socavada por el deseo de estar en todas partes. Esta voluntad de poder anula toda forma de subsidiariedad. Esta actitud es mala y termina por vaciar de fuerza al cuerpo eclesial. Es una mala manera de ‘disciplinar’».

Tercer reto: la deslealtad
El otro obstáculo, la deslealtad, «lo encontramos cuando alguien quiere servir al Señor pero también sirve a otras cosas que no son el Señor. Es un poco como jugar un doble juego. Decimos con palabras que queremos servir a Dios y a los demás, pero en los hechos servimos a nuestro ego y cedemos a nuestro deseo de aparentar, de obtener reconocimiento y aprecio. No olvidemos que el verdadero servicio es gratuito e incondicional, no conoce cálculos ni pretensiones», dijo el Papa.

Y continuó: «Caemos en la trampa de la deslealtad cuando nos presentamos ante los demás como los únicos intérpretes del carisma, los únicos herederos de nuestra asociación o movimiento; o cuando, juzgándonos imprescindibles, hacemos todo lo posible por ocupar puestos de por vida; o también cuando pretendemos decidir a priori quién debe ser nuestro sucesor. Nadie es dueño de los dones recibidos para el bien de la Iglesia, nadie debe sofocarlos. Por el contrario, cada uno, allí donde el Señor lo ha colocado, está llamado a hacerlos crecer y fructificar, confiado en que es Dios quien obra todo en todos y que nuestro verdadero bien fructifica en la comunión eclesial».

«Somos miembros vivos de la Iglesia y, por tanto, necesitamos confiar en el Espíritu Santo, que actúa en la vida de cada asociación, de cada miembro, actúa en cada uno de nosotros. De ahí la confianza en el discernimiento de los carismas confiados a la autoridad de la Iglesia. Sean conscientes de la fuerza apostólica y del don profético que se les otorga hoy de forma renovada», concluyó Francisco.

Fuente: Schoenstatt Brasil

Con información de Mariangela Jaguraba –http://www.vaticannews.va/es

Fuente: Schoenstatt Brasil