Fue una fiesta muy alegre, cercana y familiar…
El pasado sábado 28 de agosto fueron ordenados tres nuevos sacerdotes chilenos de la Comunidad de los Padres de Schoenstatt. Ellos son los padres Joaquín Lobos, Sebastián Espinoza y Sergio Abarca. Recibieron la ordenación de manos de Monseñor Alberto Lorenzelli, obispo auxiliar de Santiago. Fue una fiesta muy alegre, cercana y familiar, en la que se pudo vivir y celebrar, acompañando a estos hermanos a recibir este gran don y comenzar su ministerio sacerdotal.
Una de las particularidades de esta ordenación tiene que ver con el contexto actual de pandemia que seguimos viviendo. La celebración se pudo llevar a cabo después de cuatro intentos de fechas posibles. También, a diferencia de otras ordenaciones, se realizó en el Colegio Mayor Padre José Kentenich, el seminario de los Padres de Schoenstatt en Chile, donde ellos mismos se formaron y vivieron tantos años. Uno de ellos expresó que fue un regalo poder ordenarse en un lugar que lo había marcado tanto y que sentía como su casa.
Los nuevos sacerdotes quieren regalar un Jesús amigo, que comparte la vida con nosotros
En la procesión de entrada, el coro cantaba: “Cantaré por siempre tu bondad Señor, y celebraré tu abrazo creador». ¿No es acaso eso mismo el sacerdocio? Cantar para siempre la bondad y el amor del Señor, para siempre ser sus sacerdotes, y celebrar en cada sacramento y Eucaristía su abrazo creador, de vida en abundancia para todos los hombres y mujeres. Celebrar su cercanía y amistad, como decía el pasaje que ellos eligieron para este día: “Ustedes son mis amigos» (Jn 15, 14). En los agradecimientos, los neosacerdotes recalcaron la imagen de Jesús que ellos quieren regalar, un Jesús amigo, que comparte la vida con nosotros y sale a nuestro encuentro para regalarnos la alegría de vivir con Él, para Él, y en Él para los demás.
Al implorar a todos los santos y santas de Dios en las letanías, los ordenandos se postraron rostro en tierra como signo de humildad y desprendimiento. Un detalle especial de ese día, que era nublado, es que en medio del canto salió el sol. Fue como si Dios, junto a todos sus santos, estuviera bendiciéndolos con su luz y su calor, regalándoles su presencia y la efusión de su Espíritu en ese día tan especial, en el que le decían para siempre Sí.
Su sacerdocio: es un don para todos, para Schoenstatt, la Iglesia y el mundo
En los agradecimientos finales, se hizo alusión a todas las personas y lugares que habían marcado la vida y el camino de estos hermanos nuestros, habían sido parte importante de su camino al sacerdocio. Muchos de ellos no pudieron estar físicamente, algunos habían partido ya a la Casa del Padre. En ese rayo de sol estaban todos presentes, los que están y los que estuvieron, también los que vendrán y los que les serán confiados.
La familia de la Iglesia en el cielo y en la tierra estuvo de fiesta ese día, se llenó de alegría al ser testigo de ese don inmerecido que nuestros hermanos recibieron, que finalmente es un don para todos, para Schoenstatt, la Iglesia y el mundo. Un don de Dios, un don de amor, de alegría y de amistad. Porque la amistad es eso, un don, un donarse. Y ¡qué amistad más grande que la de Cristo!, quien donó su vida para que nosotros pudiéramos salvarnos y ser sus amigos para siempre.