Velar
El primer domingo de Adviento comienza con una petición de Jesús: «Estén en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengan fuerzas y escapen a todo lo que está para venir, y puedan estar en pie delante del Hijo del hombre» (Lc 21, 36). Velar. Ese verbo siempre me inquieta. Me cuesta velar. Me cuesta estar de pie, sin dormirme. Me cuesta cuidar la vida velando en silencio, despierto, sin hacer nada. Velar. Tiene este verbo algo que trasmite paz. La madre que vela junto a su hijo que duerme. El que ama velando a su amado enfermo. No hay palabras. Sólo silencio y el corazón que vela esperando a quien ama. Tiene que ver el hecho de velar con la espera. Con la paciencia que tanto me falta. Tiene que ver con aguardar una vida mejor, más plena. Con vivir en una hondura que me falta. Velar. Sin dormirme en mi comodidad, en mi pasividad. […]
El amor tiene como semilla la espera
Aguarda paciente. No conoce la impaciencia. Vivo en una sociedad enferma, como yo mismo. Una sociedad impaciente. Me he acostumbrado a la inmediatez. Lo quiero todo ahora, ya, en este instante. Sueño con la rapidez. No hay mañana. No hay un después. Todo tiene que ser ahora que es cuando hace falta. En este instante. […]¿Por qué velar entonces?
Porque el amor sabe esperar. Aguarda y acompaña. Velar es eso. No sólo esperar algo bueno. Velar es estar con el que sufre, sin pretender sanarlo con la mera presencia. Velar es acompañar al que muere. O acompañar al que vive. Es estar en silencio con el que llora. No hacen falta palabras para velar bien. Me quedo por amor junto a quien amo. Permanezco porque mi amor es fiel y creativo. […] Me gusta esa espera infecunda. Es el amor que no produce nada en apariencia. Es un ejercicio maduro del amor. Una fidelidad sana que me hace más hondo. En la espera me desprendo de mis prisas, de mis miedos, de mis pretensiones. No produzco nada. No hago nada importante. Simplemente estoy ahí, amando. […] Jesús me pide que vaya ligero en el alma. No quiere que mi corazón se vuelva pesado y duro: «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improvisto sobre vosotros, como un lazo». (Lc 21, 34). ». Me pide Jesús que crezca en este Adviento en el amor: «En cuanto a ustedes, que el Señor los haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos, como es nuestro amor para con ustedes» (1Ts 3, 12). Me quiere más ligero de todo lo que me endurece y pesa. Más libre para amar con toda el alma, con todas mis fuerzas. Me pregunto qué me pesa en el corazón. Son muchas cosas. El dolor de mis pecados. Mis apegos desordenados. Mis metas incumplidas. Mis miedos que no me dejan volar más alto. Las preocupaciones de la vida tienen mucho peso.