18 de diciembre. Como sucede todos los años, esta fecha nos encuentra finalizando el tiempo de Adviento a las puertas de la Navidad. Es un tiempo especial de gracia, importante, favorable. Ayer, en la Misa del Domingo de “Gaudete” (de la Alegría), todas las lecturas nos hacían referencia a un hecho extraordinario, largamente esperado y anunciado por los profetas: la venida del Mesías, el Salvador. Al comienzo, la Antífona nos decía: ¡Regocíjense en el Señor siempre. Y otra vez les digo ¡regocíjense! Que todos conozcan vuestra clemencia. El Señor está cerca” (Filipenses 4,4-5). A su vez en el Salmo escuchábamos el Magnificat, ese canto de gozo que recita la Virgen María al recibir el anuncio del Ángel y dar su sí confiado al plan de Dios.

Navidad requiere una especial preparación interior

En Navidad, la historia de la salvación alcanza en Cristo su punto culminante. Él es el Alfa y el Omega, el principio y el fin, el Señor de la historia y del tiempo. A menudo, tal vez por fuerza de la costumbre o por el ritmo de vida vertiginoso que llevamos, no alcanzamos a dimensionar la grandeza de este acontecimiento que año tras año la Iglesia vuelve a celebrar, ofreciéndonos una nueva oportunidad para la alegría y la conversión. Como toda manifestación de Dios, la Navidad también requiere de una especial preparación interior. Y nada mejor que mirar a nuestra querida Mater, la llena de gracia, para ayudarnos a vivir profundamente el Adviento.

María de la Alianza nos prepara para la Navidad

Solamente un corazón lleno de fe, como el suyo, pudo dar el consentimiento para un plan que superaba toda comprensión humana y que la llevaría desde la gruta de Belén a los pies de la cruz en el Gólgota. A partir de la Anunciación y frente a muchos interrogantes, María espera paciente y con alegría el momento de dar a luz al Mesías, tenerlo en sus brazos y en su regazo. A poco de nacer, María generosamente coloca al Niño Jesús en el pesebre para ser contemplado por los pastores. Eso es lo que ha hecho desde siempre, mostrar su Hijo al mundo para conducirnos a Él. He aquí tres ejemplos sublimes de cómo vivir la fe, la esperanza y el amor. Agradezcamos hoy que un día fuimos atraídos por Ella para sellar nuestra Alianza de Amor en el Santuario. Toda vez que la renovamos, aparece ante nuestros ojos su rostro maternal, sereno y digno que sostiene al Niño Jesús y nos invita, tal como ocurrió en la Nochebuena con los pastores, a darle cabida en nuestro corazón sencillo y filial. Silvina y Raúl Viñas Matrimonio Jefe de la Federación Apostólica de Familias Internacional de Schoenstatt