Transcurrieron un par de decenas de años hasta que interpreté el significado de una experiencia de niña y vi las coherencias con el acontecimiento de mayo 1949, en ese santuario a los pies de Los Andes. Tenía siete años y solía ir con mi madre y mis hermanos a un lugar que llamaban Bellavista. Los dos mayores eran de los primeros grupos arraigados a ese terruño.
Corría 1954. Siempre fui ‘preguntona’. Me pregunté ¿por qué lo llaman Bellavista si sólo se veía una iglesita muy pequeña en un gran potrero con incipientes árboles? Pronto supe que la estación del tren que llegaba allí tenía ese nombre, también la panadería, la farmacia y más todavía. En verdad no era un lugar bonito, no crecía pasto, pero vi gente contenta, muchos jóvenes que cantaban a voz en cuello y eran muy cariños con estos niños. Vi cómo se transformó en ‘un lugar bello’.
Las cosas que observé…
A menudo, muy de mañana se detenía un coche en la puerta de mi casa, lleno de chicos que iban a buscar a Joaquín, mi hermano de 18 años para ir a Bellavista a Misa d 6.30. Recuerdo el entusiasmo de Hernán Alessandri, muy amigo de mi hermano Joaquín.
Algo me entró por los poros de la piel. ¿Qué? El entusiasmo de los jóvenes que cantaban. Mujeres -todavía escolares- que conversaban en el patio. Observé a unas Hermanas con hábito elegante que hablaban en un español ‘raro’ y que nos daban estampas.
Ahora reflexiono y llego a la conclusión de que creí en algo en que ellos creían. Hubo un contagio de algo que no era asible, una fe sencilla que ese lugar era de la Mater y que era bueno ir allí muchas veces.
La experiencia de ir a Bellavista
Me gustaba el lugar, la forma exterior y esa Virgen. La capillita era pequeña y fácil de recorrer. Era un lugar donde íbamos los tres hermanos menores con mi madre. Mi madre iba a rezar. Eso me entró: ¡alli se reza! Ella permanecía largo rato en el Santuario mientras nosotros jugábamos bajo un sauce que bañaba sus ramas en una acequia. Algo pasó en mí en ese conjunto de factores: mi mamá allí de rodillas, ese cuadro con el Niño, ese lugar para jugar sin miedo.
Pronto llegó la belleza que comenzó a vestir ese terreno pre cordillarano y pasó a ser una ‘Bella-vista’, una buena versión de la palabra ‘Schoenstatt’, ‘lugar hermoso’.
Me gustaba mucho ir, era una aventura que significaba salir fuera de Santiago, arriba de un tren que subía hacia la cordillera. Nuestro destino era la estación Bellavista, en un campo amplio, poco habitado, sin tráfico vehicular, caballos y vacas en los potreros. Era un viaje que se llamaba ‘ir a Bellavista’.
Estaba experimentando algo nuevo
Hay que sumar que, el 24 de octubre de 1954, consagramos la casa a la Mater; en un cuarto colocamos un cuadro octogonal de la Mater del mismo tamaño que el del Santuario y juntamos capital de gracias pidiendo su venida.
Mi madre dijo que ese día, la Virgen de la capillita había ido a vivir entre nosotros. Entonces se dio un arco vital: esa capillita, mi casa… esa Virgen y mi madre viuda que cuidó 9 niños… La figura madre-hijo … ¡hijo en los brazos de una mujer! era connatural, era vivencia humana permanente.
Crecí bajo la mirada de la Mater. Mi fe tuvo desde siempre la referencia a un lugar, a una imagen de la Virgen y a personas conocidas y cariñosas. Pasó mucho tiempo hasta que me enteré que estaba experimentando Schoenstatt, algo novedoso dentro de la Iglesia.
Este es un relato de una vivencia personal, pero con trazos de vivencias universales como itinerario de la fe a partir de un lugar y de una imagen de gracia. Eso, dado en un sujeto particular, se entronca en algo netamente humano y compartido que es la apertura a lo trascedente que impregna el modo de vivir, de pensar y de amar. Se entronca en lo que puede decirse de la esencia de una peregrinación a un lugar de gracias.
El perfil de un peregrino
De eso se trata el 31 de mayo: un lugar sagrado… un lugar de encuentro que viene y va de Dios y a Dios en una misteriosa red de vínculos que abarca toda la realidad humana contingente en diálogo con una realidad superior y cercana, sujeta a la inmediatez de lugar y personas. No hay estancos separados entre lo divino y lo humano. Los canales se cruzan y se unen, se dispersan sin perder el cauce.
Tras ese afán de cruzar la capital hasta el extramuro campesino estaba el peregrino que deja casa, que sabe hacia dónde va y que tren tomar. Sabe quien está en la punta de llegada. Ese viaje en tren y sin equipaje era una peregrinación tal como se da en todos los santuarios marianos con perfiles distintos.
El peregrino a un santuario de Schoenstatt no examina si allí ocurrió una aparición o un milagro porque muy pronto se entera y participa de la colaboración humana, con el capital de gracias. Lo que creyeron los primeros congregantes se multiplica.
El que va al santuario es un peregrino, no es un vago que camina sin ruta y sin saber de donde viene ni donde va, sin brújula. Quien peregrina a Schoenstatt es un aliado en una red de vínculos personales, de ideas y lugares.
Todos los hechos se entrelazan en nuestra historia
Es peligroso entramparse en el hito del 31 de mayo dentro de un marco conceptual. Hay que mirar el contexto del hito. No es separable de la primera hora, del 18 octubre de 1914. Hay un arco evidente entre la vivencia del Padre en Dachau en el sentido de un Schoenstatt internacional que sale de Vallendar y que cruza hacia Africa y América.
El Padre era un tanteador del plan de Dios. Observó los procesos, observó lo escrito por Dios en líneas coherentes de un itinerario. No ideó en un escritorio la expansión a través de santuarios filiales. La iniciativa originaria la tomaron las Hermanas de la Provincia Nazaret establecida en Nueva Helvetia, Uruguay, en 1943.
La red subterránea de gracias fue una constatación creyente y cuando estuvo convencido que era plan de Dios, dijo ‘desde aquí debe volver a Schoenstatt original el torrente de gracias recibido desde allí’. Habló de ‘corriente’ que va y viene. La palabra ‘contracorriente’ es engañosa. No es ‘en contra’, es retroalimentación creativa y creadora, es reciprocidad.
La red de vínculos personales no se entiende sin un lugar de acontecimiento. La red de santuarios filiales es una singularidad del 31 de mayo.
¿Y por qué ese hito en Bellavista?
Los acontecimientos fueron confirmando la intención de Dios. El contacto con los latinos permitió al Fundador verificar que en América pisaba un terreno apto. Le llamó la atención el lugar que ocupaba María. La adhesión de los palotinos a Schoenstatt fue clave para leer los planes de Dios.
¿Por qué la marca en el mapa está en el Cenaculo del Bellavista?
Él lo explica ampliamente en diversas ocasiones y asume que el protagonismo del Espíritu Santo es decisivo. Su acción marca un ‘Schoenstatt en salida’, un Schoenstatt ‘en modo cruzada’… Pero un Espíritu en comunión con el Hijo y el Padre del cielo. Un Espíritu que replica el primer Cenáculo donde eran ‘un corazón y un alma, unánimes con María’.
El material que ilustra el proceso y su certeza es abundante.
Ya antes de iniciar sus viajes en 1947 se atrevió a decirle al Papa Pio XII que podía contar con Schoenstatt para la vida de una Iglesia que forjara cultura. Una declaración audaz, un paso audaz. Así, recién pasado el umbral del 20 de enero, da el paso para poner a Schoenstatt de cara la Iglesia. ¡había pasado solo un año desde que terminó el cautiverio en Dachau!
Esto tiene que ver con la singularidad de nuestro santuario Cenáculo. Nombra a María como Educadora de pueblos, Educadora desde un taller en terreno firme. Desde allí ha de surgir un modo distinto de venerar a la Virgen María. Un modo que se desata con la alianza de amor y que echa raíces en un lugar ¡y en una red de lugares! donde el peregrino se siente ‘en casa’ y decide levantar tienda.
Se desata la dinámica de una alianza que genera cambios en la persona, la gracia de transformación. Una alianza que no queda detenida en una vivencia personal, íntima, secreta, sino que apura a la expansión, a una red de santuarios del corazón, del trabajo, del hogar…
El 31 de mayo es ‘red’. Ese es el pensar, amar y vivir orgánico. Es estar entretejido con esas cuerdas de la red. En realidad, cada hijo de la alianza es cuerda de la red lanzada al mar para recoger peces. El 31 de mayo es vivencia y envío.