Los “tres reyes magos” son los “últimos” que llegan al pesebre de Belén en el relato del evangelio. Por ello los celebramos hacia el final del ciclo navideño, el 6 de enero. Pero ellos debieron ser los primeros en ponerse en camino, pues venían de lejos.
El texto los describe como “magoi”, que significa no magos en el sentido de que “hacen magia”, sino sabios, eruditos. La tradición ha hecho de ellos “reyes” y que sean tres. Al meditar, se me ocurre que los sabios del lejano oriente, los tres reyes magos, pueden ser una parábola muy adecuada para los hombres de hoy.
A quién buscamos, consciente o inconscientemente?
En un mundo globalizado y multicultural ellos representan a todos los pueblos, a toda la familia humana, tan diversa y polifacética. Ellos marchaban en busca del “rey salvador” prometido. Como tantos hombres que hoy emigran en busca de otras promesas, de un futuro mejor. Los sabios de oriente eran serios y sinceros buscadores. ¿Qué buscamos hoy nosotros, o más bien, a quién buscamos, consciente o inconscientemente?
Ellos son peregrinos incansables, que recorren caminos inciertos y desconocidos, en medio de la noche oscura. ¿No se sienten así tantos hombres, caminando a ciegas en la oscuridad? Lo importante es no rendirse al cansancio, y seguir caminando. Sólo quien busca encuentra, solo quien camina llega a la meta.
La esperanza nos anima y nos da fuerza en el camino
Ellos se dejan guiar por los signos, ellos ven en todas las cosas justamente “signos” que hablan de una realidad superior, que trasciende a los mismos signos. Ellos son sabios de la vida y del camino, no de ideas y de libros. Saben interpretar los “signos del tiempo” y leer la vida.
Hay que mirar para arriba, a las estrellas. Esas estrellas son nuestros ideales, nuestra visión, nuestros mejores sueños. Muchas veces se habla de la estrella de la fe. A María se la llama estela matutina, la estrella de la aurora que preanuncia al sol naciente.
Los tres sabios marchaban juntos, posiblemente acompañados por otros, y seguramente se ayudaban mutuamente, juntos iban buscando el camino, se daban ánimo unos a otros, juntos avanzaban. No titubearon en preguntar al rey Herodes y sus consejeros más datos de dónde debía nacer el Mesías anunciado. Hoy la Iglesia se reconoce como una Iglesia “sinodal”, en la que todos “caminamos juntos” (eso significa “syn-odos”), escuchándonos unos a otros y escuchando juntos al Espíritu, siguiendo la estrella.
¿Qué regalos traigo al Niño?
Y llegaron al pesebre de Belén, al Niño entre pajas y rodeado de los sencillos pastores y sus ovejas. Podrían haberse desilusionado. Pero su fe, que los animó a lo largo del camino, les hizo ver mucho más allá de los que se ve, a Dios en el Niñito en los tiernos brazos de su madre. Lo vieron, lo reconocieron, lo adoraron.
Y le entregaron sus regalos, esos dones misteriosos que representan tanto a los tres sabios – a todos los hombres – como al mismo recién nacido, dones que representan ese “maravilloso intercambio” en el que Dios se hace hombre para que el hombre sea Dios: la condición sufriente (mirra) y la grandeza y dignidad (oro) del hombre, y la condición divina en la que se nos da parte (incienso). ¿Qué regalos traigo al Niño? ¿Cuál es mi pequeña parte de oro, incienso y mirra?
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