El Sínodo y la Visión de una Iglesia Renovada: Reflejos de la Inspiración del Padre Kentenich y el Papa Francisco

Mons. Alfredo de la Cruz Baldera

Mons. Ramón Alfredo de la Cruz Baldera, Obispo de la Diócesis de San Francisco de Macorís, República Dominicana, y miembro del Instituto de Sacerdotes Diocesanos de Schoenstatt, fue uno de los participantes en el Sínodo de los Obispos de 2023 y 2024. Convocado por el Papa Francisco, junto a numerosos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, Mons. Ramón vivió «en directo» la experiencia de la sinodalidad. Hoy nos cuenta cómo se relaciona el Sínodo actual con la visión de la Iglesia del P. José Kentenich:

En medio de la reflexión sinodal, donde cada palabra y cada gesto parecían resonar con el eco del Concilio Vaticano II, me sentí envuelto por una meditación profunda en torno a la figura del Padre José Kentenich. Como schoenstattiano, mi mente y mi corazón encontraron un puente natural entre la inspiración del fundador del Movimiento de Schoenstatt y la visión de la Iglesia que el Papa Francisco busca edificar. Observando a los participantes en diálogo y oración, pude percibir el anhelo compartido por una Iglesia renovada, más guiada por el Espíritu Santo que por las estructuras humanas, más abierta a la escucha que a la imposición de normas. Y en ese anhelo, el espíritu del Padre Kentenich parecía palpitar en sintonía con el deseo pastoral del Santo Padre.

El puente entre el Padre Kentenich y el Papa Francisco

Para ambos, tanto el Padre Kentenich como el Papa Francisco, la renovación de la Iglesia es un sueño nacido en lo profundo de un corazón abierto al Espíritu. El Padre Kentenich, con su audacia de reformador, fue pionero en ver la necesidad de una Iglesia que estuviera verdaderamente enraizada en el amor y en la libertad filial. En sus enseñanzas, podemos ver la anticipación de lo que hoy entendemos como sinodalidad: una Iglesia que escucha, que acoge y que se une en el caminar. Francisco, como buen pastor de esta era, no busca imponer un programa de reformas desde la cúspide, sino alentar una conversión de corazón, de comunidad y de misión, tal como soñaba nuestro fundador.

La cercanía entre el Padre Kentenich y el Papa Francisco se revela en esa misma convicción: el futuro de la Iglesia está en sus nuevas playas, en una evangelización que no se conforma con los métodos tradicionales, sino que se arriesga a salir y a tocar las periferias de la humanidad. Ambos, en tiempos distintos, han señalado que la Iglesia no puede ser una estructura rígida; debe ser más bien como una barca que, impulsada por el Espíritu, se abre a nuevos horizontes.

El espíritu del Concilio Vaticano II en el Sínodo de la Sinodalidad

Como schoenstattiano, no puedo evitar ver en este Sínodo un eco fiel del Concilio Vaticano II, y también la realización de un sueño que el Padre Kentenich expresó con insistencia: el surgimiento de una Iglesia de las «nuevas playas», aquella que se renueva desde dentro, que se adapta sin perder su esencia y que se hace cercana a las necesidades de los tiempos. En este Sínodo, cada uno de nosotros es llamado a ser protagonista de esa renovación, a buscar no imponer nuestras preferencias, sino a discernir juntos bajo la guía del Espíritu Santo.

El Vaticano II marcó un hito en la historia de la Iglesia, llamando a una apertura hacia el mundo y una mayor colaboración entre clérigos y laicos. El Sínodo de la Sinodalidad es la puesta en práctica de ese concilio, y aquí siento la cercanía de nuestro fundador, quien también vislumbró una Iglesia capaz de ser madre y maestra, una Iglesia que se deja guiar por el Espíritu Santo y que tiene el coraje de romper las barreras que la separan de la humanidad.

La Iglesia de las nuevas playas: El sueño de Kentenich hecho realidad

El Padre Kentenich habló repetidamente de una «Iglesia de las nuevas playas», una visión de una Iglesia transformada, que mira más allá de sus límites y que se deja moldear por el Espíritu Santo para llegar a cada corazón. En este Sínodo, veo que ese sueño comienza a hacerse realidad. En cada intervención, en cada propuesta, en cada momento de escucha, siento que la Iglesia se convierte en ese faro de esperanza, una luz que no teme adentrarse en la noche de las preocupaciones modernas. Nos estamos moviendo hacia una Iglesia que no se conforma con mantener lo establecido, sino que se aventura hacia esas playas que el Padre Kentenich tanto soñó.

La renovación que el Sínodo nos propone es, en esencia, una invitación a que cada uno de nosotros sea testigo de esa Iglesia en camino. Los schoenstattianos, desde nuestra espiritualidad mariana y nuestra fe en la Providencia, somos llamados a contribuir con ese espíritu de familia, de alianza y de compromiso con las nuevas generaciones. Esta es nuestra oportunidad de mostrar que, con la fuerza de María, podemos ser una Iglesia que acoge y que guía hacia el amor de Cristo.

Caminando juntos hacia la Iglesia del mañana

El Sínodo de la Sinodalidad, inspirado por el Concilio Vaticano II y guiado por el Espíritu Santo, nos invita a ser una Iglesia en salida, una Iglesia renovada y fiel a su misión. Tanto el Padre Kentenich como el Papa Francisco han puesto su confianza en una Iglesia viva, no en una institución congelada en el tiempo. Ambos sueñan con una Iglesia que se mueve al ritmo del Espíritu, que dialoga con el mundo y que ofrece esperanza a quienes más la necesitan.

Al final de cada jornada sinodal, siento que estamos dando vida a esa Iglesia de las nuevas playas, esa que tanto deseó nuestro fundador. Una Iglesia que, como María, se convierte en refugio y guía, y que, fiel a su esencia, se abre al llamado constante del Espíritu para caminar con todos los hijos de Dios. Así, paso a paso, y con el ejemplo del Padre Kentenich y el liderazgo del Papa Francisco, avanzamos hacia una Iglesia renovada, fiel a Cristo y al servicio del mundo.

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