Sin embargo, al poco tiempo (como le sucedió a la comunidad de los apóstoles convocada por el mismo Jesús), se desvelan las tensiones y diferencias, la acentuación de las unilateralidades y los intereses personales. Y no sólo por estar en medio de una realidad socio-política y religiosa cuyo influjo es imposible de evitar (como el pez que no puede evadir el agua en medio de la cual nada, aunque lo afecte su turbiedad y sorpresivas corrientes), sino porque en el corazón humano también anidan (como un quiebre estructural en nuestra capacidad de convivencia) la tentación del dominio, la discriminación y la distancia.
El desafío sinodal
Es más fácil mandar, exigir, combatir, competir, evadir, ningunear, desconfiar, depender, defenderse, justificarse, huir, dominar… que escuchar, dialogar, integrar, disentir, reconciliar.
Visto así, el desafío sinodal no está en sentirnos parte de una estructura o de las consecuencias prácticas de una decisión, sino en sentirse parte activa de un proceso de diálogo, discernimiento y decisión, que a todos nos afecta y enriquece.
La novedad de la sinodalidad está en volver a las fuentes, con una mayor conciencia de las limitaciones, errores y complejidades del camino recorrido en estos casi veinte siglos (y difíciles últimos años), para articular una Iglesia que sea más una comunidad de bautizados que una legión de subordinados o reaccionarios.
La estructura piramidal nos da una aparente seguridad, tan frágil como edificar una casa sobre arena o un vínculo sobre la base de la pura utilidad.
Al repasar la historia de los diversos carismas y fundaciones en la Iglesia, vemos con nitidez como el inicio carismático (en la que el espíritu y la forma de la comunidad naciente tienen como inspiración la descripción del libro de los Hechos de los Apóstoles 2, 42-47), va cediendo a estructuras más pesadas, a relaciones más subordinadas, a formas más rígidas y a intereses más temporales.
Las comunidades fundadas por San Francisco, San Benito, San Ignacio… alcanzaron tempranamente a percibir y sufrir, la seducción invisible de nuestros instintos y del ambiente socio-político-religioso que les rodeaba: el dominio, la discriminación y la distancia, que levantan muros al soplo libre del Espíritu y sacrifican, en aras del crecimiento y la estabilidad, la maravillosa precariedad de la sencillez, del discernimiento en común, de la búsqueda de caminos nuevos y la necesidad del diálogo y el complemento.
El mismo peligro experimenta la comunidad básica que es la familia, cuando la competitividad, la comparación y la confrontación, así como la rutina y la seguridad, ocupan el lugar de la conversación, la colaboración y el mutuo enriquecimiento.
En la escuela de nuestro fundador
Nuestra Familia y carisma por ser Iglesia y recorrer el camino de toda fundación carismática, desarrolla en sus inicios un estilo sinodal, colaborativo y complementable, a través del mutuo enriquecimiento de todas las partes.
Nuestro fundador fue un artista en la articulación de un trabajo comunitario activo y participativo, desarrollando, además, un gran sentido para captar las corrientes de vida, junto a los anhelos, necesidades y originalidades de todos los miembros de la incipiente Familia. Entrelazándolas, poniéndolas a dialogar creativamente, haciendo de las diferencias y tensiones un espacio para auscultar la voluntad de Dios.
Ejemplos elocuentes son la Congregación Mariana, la colaboración humana e instrumental como elementos esenciales de nuestra pedagogía de alianza, de los vínculos y de la confianza; así como diversas instancias organizativas, como la mesa redonda con participación transversal de los diversos miembros de la Familia.
El surgimiento de las Ligas, Federaciones, Institutos y las diversas formas de participación y compromiso, confirman esta unidad en la diversidad, así como el valor de las autonomías puestas al servicio de la misión común.
Corrientes de vida como el Jardín de María o el Cor Unum in Patre, expresión de la solidaridad de destinos no sólo con el fundador, sino entre todos los miembros de la Familia, confirman un estilo sinodal en el contenido y las formas de relación.
La misión por los vínculos y su cruzada del 31 de Mayo, serían imposibles sin una pre-vivencia natural del organismo de vinculaciones entre los miembros.
Si bien nos definimos como un Movimiento por nuestro modo de vivir el carisma en medio del mundo, el fundamento está en ser Familia, para que sea posible.
La federatividad surge como “expresión, camino y seguro” organizativo para hacer posible la sinodalidad, en el modo de relación y la proyección apostólica del carisma.
Sin embargo, a pesar de haber desarrollado instrumentos, estructuras y formas que la hacen concreta (Comunidades, Presidencias, Central, Coordinaciones, Consejos, tensión creadora entre Movimiento organizado y de Peregrinos, conducción a través de corrientes de vida y de jefes), es un desafío mayor que hoy estamos haciendo consciente en aras de nuestra misión, más aún, de nuestra sobrevivencia y fecundidad.
Por mucho tiempo hemos acentuado unilateralmente la autonomía, lo que permitió el desarrollo original de cada comunidad, sin embargo, una autonomía sin complemento acentúa la distancia y la desconfianza, junto a la pretensión de exclusividad en la comprensión y trasmisión del carisma. Esto nos empobrece, porque el carisma vive en el todo y se proyecta desde el todo.
Los últimos años con sus crisis y tensiones, nos han exigido encontrarnos en una reflexión y trabajo en común, algo que debió estar en el ADN de nuestro modo de relación y proyección, por la rica diversidad de nuestra federatividad.
La sobre acentuación del propio ser y misión tienen el peligro de la auto referencialidad, de la actitud defensiva y la parálisis ante lo nuevo y diverso, que en nada contribuyen al sano complemento y actualización de las partes y del todo, al servicio de una misión común.
La simplicidad
La simplicidad es la tercera palabra que acompaña esta reflexión: la simplicidad de las primeras comunidades cristianas y las primeras comunidades schoenstattianas. La simplicidad abre los sentidos a la necesidad del complemento y del mutuo enriquecimiento, dejando libre al Espíritu para renovar y remecer las estructuras y formas.
Simplicidad que nos abre más sinceramente a reconocer errores, a sanar heridas, a pedir ayuda y mirar a los demás como posibilidad y no como amenaza. La simplicidad de necesitarnos, no sólo porque somos pequeños y débiles, sino porque la misión es demasiado grande y multifacética como para pretender ser su único responsable o portador exclusivo.
Algunas preguntas para nuestro discernimiento personal y comunitario:
- ¿Qué me ha ayudado a hacer de la sinodalidad (federatividad) un camino de crecimiento, desarrollo y fecundidad?
- ¿Qué me impide un modo de relación y proyección sinodal o federativo?
- ¿Qué paso estoy dispuesto?
Fuente: Revista Vínculo, edición de marzo de 2023