Llevo un año y medio como director del Movimiento de Schoenstatt en Colombia, y soñaría con tener un equipo periodístico profesional, cámaras y todo el equipo de grabación, para dejar constancia de algo realmente asombroso. Algo que, al menos a mí, me ha impactado profundamente: la presencia viva y actuante de María en Colombia.
Desde los 13 años conocí Schoenstatt en Chile, y una de las cosas que siempre me cautivó es que, para nuestra espiritualidad, la fe no se basa primeramente en hechos sobrenaturales espectaculares. Sí, creemos firmemente que María está realmente presente en cada Santuario, pero no porque se haya aparecido allí o porque haya ocurrido algún milagro cinematográfico, sino porque, con fe, se lo pedimos y ofrecemos aportes al Capital de Gracias para que eso suceda. Creemos en esa presencia porque confiamos en la promesa de su Hijo de acompañarnos hasta el final de los tiempos (Mt 28,20). Desde el Santuario, creemos en ese Dios fiel que actúa en lo cotidiano, en lo sencillo, en lo pequeño y en lo oculto.
Jesús mismo nos dijo: “Felices los que creen sin haber visto” (Jn 20,29). Y mi fe siempre se ha basado en ese Dios de la vida, en ese Padre bueno, que todo lo hace por amor, que nos entregó a su Hijo como redentor del mundo. Y creo en ese Hijo que, desde la cruz, nos entregó también a su Madre para que la recibiéramos en nuestra casa, en nuestros corazones. Por eso María habita en nuestros Santuarios, porque la hemos acogido. Porque sellamos con ella una Alianza de Amor, ofreciéndole nuestra entrega para que, desde ahí, ella pueda vivir y obrar como intercesora, como Madre, como Reina.

“Cuanto más natural, más sobrenatural”
Siempre me ha resonado esa expresión del Padre José Kentenich: “Cuanto más natural, más sobrenatural”. Nunca me atrajo lo «milagrero». Incluso, alguna vez escuché —no sé si será cierto— que le preguntaron al Padre y Fundador si esperaba una manifestación sobrenatural de María en el Santuario, y que él respondió: “Si eso ocurriera, estaríamos muy mal”.
Así crecí: con una fe sencilla, pero profunda. Y también con un espíritu misionero, llevando las glorias de María —que no son otras que las de su Hijo— a muchos lugares a través de la Alianza de Amor. Como alguna vez dijeron los jóvenes de Schoenstatt: “Schoenstatt no hace misiones, Schoenstatt es misión”. Y así lo hemos vivido en tantas misiones con jóvenes, familias, la Campaña de la Virgen Peregrina y múltiples apostolados. La Mater ha transformado la vida de miles de personas: matrimonios, familias, jóvenes, enfermos, adultos mayores…
Y, al llegar a Colombia, me encontré con esta gran sorpresa. Me encontré con una Mater misionera, que camina suelta, libre, recorriendo cada rincón del país, eligiendo y formando a sus propios instrumentos: hombres y mujeres sencillos, con corazones disponibles, que ella misma ha encontrado en el camino.

Con esfuerzo y alegría, estamos conquistando el primer Santuario
En Colombia, el Movimiento lleva años, aunque sin una estructura muy consolidada, entre otras cosas, creo, porque las comunidades consagradas de Schoenstatt, como los Padres de Schoenstatt y las Hermanas de María, aún no hemos podido establecernos permanentemente. Nos toca acompañarlos desde lejos: Ecuador y Costa Rica. Sin embargo, como en la Visitación a su prima Santa Isabel (Lc 1,39-40), María no espera, no calcula, no planifica. Ella sale presurosa desde el Santuario al encuentro de sus hijos.
En este país del café y las flores, la Mater se ha buscado dos hogares: uno en Pereira y otro en Armenia. Ella se las ha ingeniado para obrar desde ahí. Y ahora, con mucho esfuerzo y alegría, estamos conquistando su primer santuario en la capital, en los cerros de Suba, Bogotá. Todos cordialmente invitados a unirse a esta campaña.

Pero hay algo diferente en Colombia
Pero lo que más me conmueve en Colombia es ver cómo Ella se ha hecho presente con signos concretos, con milagros verdaderamente impactantes, sobre todo de sanación física. Aquello que a lo mejor no predicamos ni ponemos énfasis, pero que no nos cabe duda de que ocurren. En distintas regiones, los misioneros de la Campaña de la Virgen Peregrina dan testimonio de cómo la Mater ha intercedido por ellos y por muchas personas. Verlos y escucharlos me conmueven hasta las lágrimas. Pienso por ejemplo de lo que he visto en Rionegro, Medellín, Cali, Chia, y por supuesto, en Bogotá.
No sé bien cómo explicar lo que siento, las palabras me quedan cortas. Por eso, sueño con que algún día podamos registrar todo esto en un documental. Siempre hemos dicho en Schoenstatt que “Ella es la gran misionera y que ella obrará milagros”. Pero yo nunca antes había sido testigo directo de tantos milagros tan evidentes, tan conmovedores, dignos de una película.
Y lo más hermoso es que las personas, que han sido bendecidas por las manos de María, han salido como Ella, sin cálculo, sin estrategia, sin buscar reconocimiento, a compartir su experiencia y llevar a la Mater a más rincones de Colombia.

La Virgen Peregrina llega a Miguel Uribe, candidato tiroteado durante un atentado
Un ejemplo de esto es el caso de Laura Villamil. Sin conocer a la Virgen de Schoenstatt, recibió su imagen peregrina en la clínica, cuando enfrentaba un cuadro crítico: el 90 % de su cuerpo había sufrido quemaduras. La Virgen le llegó de parte de otra mujer, que también había vivido un milagro: su hijo —a quien conozco y he bendecido— sanó milagrosamente tras la visita de la Virgen Peregrina en un momento de gran angustia.
Esa madre, sin conocer a Laura, entró en contacto con ella y quiso llevarle la imagen al hospital. Laura se recuperó y comprendió, en lo profundo de su corazón, que esa gracia venía por intercesión de la Virgen.
Con el corazón lleno de gratitud, es Laura quien hoy hace lo mismo. El 7 de junio, tras enterarse del atentado contra el senador Miguel Uribe, se sintió movida a actuar. Este hecho tan dramático no solo atentó injustamente contra la vida de un ser humano, sino también contra el tejido de una sociedad que ya ha sufrido mucho por la violencia. Y Laura, presurosa como María, fue a la Fundación Santa Fe a llevarle a Miguel la imagen de la Virgen, para pedir su intercesión, para que obre su sanación.
Pero más allá de ese milagro puntual —que, por cierto, le pedimos a la Virgen de Schoenstatt—, estoy convencido de que María quiere sanar a una Colombia herida. Quiere mostrarse como Madre de este pueblo suyo. Ella no permitirá que el mal tenga la última palabra. Ella misma está edificando su casa en Bogotá, porque desde allí quiere compartir sus gracias: cobijarnos, transformarnos y enviarnos como apóstoles.
Muchos se unen hoy por la recuperación de Miguel Uribe. Lo que está en plan de Dios aún no lo comprendemos bien, pero de lo que no tengo dudas es que la Mater, (como cariñosamente le decimos en Schoenstatt) no se deja ganar en generosidad. Y esta batalla, como Reina y Madre, la librará junto a su Hijo Jesús, para que Colombia sea testimonio vivo del amor de Dios, de una fe grande y de una paz verdadera, la que Cristo prometió.
Hoy, la Virgen de Schoenstatt aparece en muchos noticieros colombianos y redes sociales, no porque haya estado pautado ni nada por el estilo, sino simplemente porque Ella escogió a sus instrumentos y se lanzó presurosa a visitar y sanar a sus hijos. ¡Ella a todos nos sorprende!

P. Pablo Gajardo, psch
Director Nacional Movimiento de Schoenstatt Colombia