El domingo de la Sma. Trinidad amaneció soleado en el valle de Schoenstatt y en los corazones de los participantes en el Congreso de Pentecostés. Las jornadas anteriores fueron más que suficientes para fortalecer los vínculos entre los participantes. Ahora se notaba una fuerte atmósfera de alianza, de comunión, de alegría, de Iglesia a imagen de la Trinidad.

Luego de una inspiración musical pudimos escuchar el borrador de un documento. Se trataba de una especie de memorándum sin carácter vinculante, que se enviaría como carta a toda la familia. Pretendía reflejar las inspiraciones y los desafíos principales a los cuales la familia de Schoenstatt, representada en el congreso, sentía que debía responder en los próximos años. El texto fue leído y largamente ovacionado. Después del aplauso, se dio espacio para que con libertad se presentaran objeciones y correcciones, abundaron.

Entre los temas en cuya precisión más se insistió para la redacción final, estaban la actualidad y relevancia de la Alianza de amor y el organismo de vinculaciones. Subrayamos nuestra actitud confiada y serena, enraizados en el carisma del Padre Kentenich. Quedaron patentes las inquietudes y reclamos de los jóvenes que propusieron tener su propio congreso, previo al de Pentecostés… Fue amplio el debate. Para los que no tuvieron tiempo de hablar hubo fichas en las que se les rogó escribieran sus aportaciones.

Mientras los delegados celebramos la Eucaristía dominical en la Iglesia de la Sma. Trinidad, el equipo de redacción consultó las propuestas, hizo correcciones y preparó la redacción final en Inglés, para luego hacer las traducciones y enviar a la familia de Schoenstatt en todo el mundo.

La misa estuvo presidida por el P. Heinrich Walter. En su homilía utilizó tres imágenes. Primero la ventana de vitral, que representa al Espíritu Santo y que se colocó hace poco en la antigua sacristía donde murió el P. Kentenich y se encuentra ahora su tumba.
“Hemos entrado en el Cenáculo de Pentecostés. Esto nos ha dado una nueva confianza. Seguimos esperando en los dones del Espíritu Santo. Una expresión de esta esperanza en el futuro es la nueva ventana de Pentecostés en la Capilla del Fundador. Es la ventana abierta del futuro. En ella llevamos el anhelo de que el acontecimiento de Pentecostés se produzca siempre de nuevo. Le pedimos a María que abra nuestros corazones a los muchos pequeños Pentecostés que esperamos”.

El segundo símbolo era un dibujo que representaba a la Iglesia como una barca en la orilla. “El Padre Kentenich hablaba a menudo de esto. Para nosotros esto siempre tuvo un carácter profético (…) Ahora ha madurado la idea de que la barca de la Iglesia, después de muchas olas altas, está llegando a esta «Nueva Orilla». Ahora estamos en el tiempo para el que Dios nos llamó a la existencia. Ya es hora de salir de la barca, de dejar el arca de las certezas y desembarcar. El Padre Kentenich nos dice con su actitud de fe: ¡no vacilen, no duden, no tengan miedo! Es hora de aportar a la Iglesia y a la sociedad actuales lo que se ha comprobado entre nosotros. Es el tiempo del diálogo a todos los niveles”.

“El tercer símbolo es la antorcha encendida. La generación más antigua la ha transmitido a la más joven. La antorcha representa el fuego que siempre hay que reavivar. La vida se enciende en la vida, decía a menudo el Padre Kentenich. Se trata de la transmisión de la vida, de la transmisión de un rico patrimonio”.

Hacia el final de sus palabras el P. Walter nos habló desde el misterio de la Santísima Trinidad que celebramos en este día: “Dios quiere nuestra diversidad que se fundamenta en él. Es bueno que seamos diferentes. Si toda la vida proviene del Dios Trino, entonces se trata de ver y desarrollar el potencial de nuestra diversidad y diferencia. Nuestra imagen de la unidad significa dar suficiente espacio a las diferentes voces y sintonizarlas entre sí. Nos encanta la polifonía en la que una voz no prevalece a expensas de las demás”. Y añadió: “Esto se hizo especialmente visible a través del compromiso de la generación joven. Su disposición a asumir responsabilidades incluso en el grupo de reflexión despierta alegría y orgullo”.

La Eucaristía concluyó con la lectura de la versión definitiva de la carta, que los delegados a continuación firmaron sobre la tumba del Padre Fundador. El almuerzo fue de despedida y mucha gratitud. Volvemos encendidos a nuestros países, tenemos una misión. Somos nosotros mismos una carta de Cristo, de la Mater y de Schoenstatt para nuestro tiempo.