Transcurrieron un par de decenas de años hasta que interpreté el significado de una experiencia de niña y vi las coherencias con el acontecimiento de mayo 1949, en ese santuario a los pies de Los Andes. Tenía siete años y solía ir con mi madre y mis hermanos a un lugar que llamaban Bellavista. Los dos mayores eran de los primeros grupos arraigados a ese terruño.
Corría 1954. Siempre fui ‘preguntona’. Me pregunté ¿por qué lo llaman Bellavista si sólo se veía una iglesita muy pequeña en un gran potrero con incipientes árboles? Pronto supe que la estación del tren que llegaba allí tenía ese nombre, también la panadería, la farmacia y más todavía. En verdad no era un lugar bonito, no crecía pasto, pero vi gente contenta, muchos jóvenes que cantaban a voz en cuello y eran muy cariños con estos niños. Vi cómo se transformó en ‘un lugar bello’.