Hoy recordamos a los fallecidos. Nos preceden en la eternidad. Sabemos, por lo que nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, lo importante que es rezar por los difuntos. ¿Pero eso es todo? ¿No viene espontáneamente a nuestra mente… estoy también preparado para este momento? Jesús dice en el Evangelio que la muerte vendrá como un ladrón en medio de la noche. Esto significa que no sé ni el día ni la hora. La reflexión sobre la pregunta que el joven hace a Jesús puede ayudarnos a vivir intensamente el momento presente, porque de él depende nuestro futuro, especialmente el encuentro decisivo con Dios en el último momento de nuestra vida.

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Las preguntas que nos acompañan a lo largo de la vida

Hay muchas preguntas en mi corazón. Preguntas que tienen que ver con esta vida, con mis miedos y mis deseos, con mis sueños y mis expectativas. Preguntas importantes. Espero, tal vez, respuestas que lo cambien todo.

Hoy acojo en mi alma la pregunta que le hacen a Jesús: «En aquel tiempo, cuando Jesús salía a caminar, vino alguien corriendo y se arrodilló ante él y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para ganar la vida eterna?»

Esa es la pregunta importante. En el camino quedan las preguntas que tienen que ver con el hoy, con mi vida cotidiana: ¿Qué debo hacer para ser feliz ahora? ¿Cómo puedo hacer felices a las personas que quiero hoy? ¿Qué necesito para que mi alma se sienta plena? Son cuestiones de la vida. Viven en el presente y despiertan mis sentidos al hoy, sin pensar en el mañana. Pero aún así, esta pregunta sobre la eternidad se cierne sobre mi vida. Es como una pregunta abierta. […]

Rich young man

A veces, al escuchar esta pregunta en labios del joven rico, me parece que está buscando recetas. Algo así como una hoja de ruta para llegar a buen puerto; un cumplimiento exacto y perfecto de todos los preceptos de la ley de Dios. Y me angustia hacerme esta pregunta, o que alguien me la haga. Tal vez tenga que repetirme, más a menudo la antífona del Salmo para no olvidar el rostro de ese Dios al que busco y amo: «Llénanos, Señor, de tu amor».

Veo, pues, que la pregunta del joven rico está mal formulada. «¿Qué tengo que hacer?» Es casi como si quisiera saber exactamente qué pasos debe dar para llegar al cielo. Como si la vida fuera una ciencia exacta.

Muchas veces he visto a gente obsesionada con el cumplimiento. No para vivir felizmente hoy, sino para heredar la vida eterna. Buscan recetas, un plan exacto que seguir y cumplir. El P. José Kentenich comentó en una ocasión: «Hay quienes parecen tener como única tarea en la vida observar las reglas durante todo el día. Esta observancia tiene ciertamente un significado profundo, pero solo si se sitúa en su contexto. Hay algo más que la mera justicia que simplemente dice: ¡está hecho! Que todo tenga como telón de fondo la motivación central del amor. El amor ayudará a que se cumpla cada una de las prescripciones, por amor»[1].

Lo esencial es el amor

Encuentro, pues, la clave de la plenitud: el amor. No se trata de hacer cosas, sino de hacerlas por amor. Todo se deriva de esto. No se trata de hacer las cosas por hacerlas. No se trata de permanecer puro en la línea que separa al virtuoso del pecador. La respuesta es diferente. Se trata de que mi amor surja en todo lo demás. Que cuando rece, sea por amor. Que cuando se me exige renuncias y sacrificios, los entregue por amor. Seré juzgado, en el último día, por el amor, no por el cumplimiento exacto de todo.

Lo malo es que el amor no es tan claro en sus exigencias. No es un conjunto de reglas claramente establecidas, con todas sus excepciones y posibilidades. El amor es mucho más profundo y verdadero. Tiene horizontes, no tiene límites.

¿Dónde siento que mi amor se lanza hoy? Claro que quiero vivir la vida eterna, quiero heredarla, quiero poseer el amor de Dios para siempre. Pero quiero caminar desde mi amor, desde lo que soy, desde mi verdad. ¿Qué tengo que hacer?

A menudo no estoy seguro de la respuesta. Puedo distinguir muy bien entre el bien y el mal, entre las cosas que me hacen crecer como persona y las que me hacen marchitar, entre lo que me lleva a ser generoso y lo que me hace ser egoísta. En esos momentos, no hay duda: no temo, actúo. Yo opto por el amor y funciona.

Pero de repente surgen las dudas. Tengo que elegir entre un bien y otro posible bien. Dos cosas buenas que chocan en el tiempo y exigen que dé una respuesta clara. ¿Dónde me quiere Dios en este momento? ¿Qué quiere Dios que haga con mi vida? ¿Tengo que seguir ese camino o el otro? En esos momentos de incertidumbre, tiemblo y dudo. Siento que pesadas cargas se ciernen sobre mí.

¿Dónde me habla Dios? herz

¿Dónde me habla Dios? Es la pregunta más verdadera que surge en el camino. Entre dos bienes posibles, entre dos caminos de santidad ante mis ojos: ¿cuál elijo? No puedo confiar en un guión. Las recetas que me han propuesto no me sirven. En este momento, solo tengo mi corazón para buscar con calma y lucidez la voluntad de Dios, para ver dónde Dios hará más fructífera mi vida y sabiendo que, elija lo que elija, Dios no me dejará en el camino, estará conmigo en mis decisiones.

No sé si mis elecciones serán las correctas, no sé si el otro camino habría sido el más querido por Dios -quizás solo en el cielo lo sabré-, pero tengo una certeza: ahí, en lo que elegí, en el bien por el que opté, si lo busqué con humildad, como un niño abierto a la voluntad de Dios y vi que iba por ahí, en ese momento de lucidez, tengo que quedarme con la certeza: Dios me acompaña y bendice cada uno de mis pasos. Eso me da mucha paz.

[1] Kentenich Reader, tomo 2: Estudiar al Fundador, Peter Locher, Jonathan Niehaus

Homilía del padre Carlos Padilla Esteban del 14 de octubre de 2018. Ver el texto completo, en español, aquí. 

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