Durante el año 2020 vivimos con gran alegría el aniversario de los 100 años del ingreso de las mujeres al Movimiento de Schoenstatt. Fue un tiempo marcado por la reflexión sobre el tema del ser y la misión de la mujer desde diversas perspectivas: histórica, espiritual, teológica, social, cultural, etc. Estos aspectos nos iluminaron mucho, pero también nos generaron preguntas: ¿Los temas planteados por el P. Kentenich el siglo pasado continúan teniendo vigencia? ¿Cómo podemos vivir el ideal de la mujer en el tiempo actual? ¿A qué desafíos nos enfrentamos?
Desafíos de hoy y de siempre
En primer lugar debemos distinguir que hay desafíos permanentes, de todas las épocas y culturas, relacionados con la esencia atemporal del ser femenino (orden de ser), y hay otros que responden a preguntas, necesidades y anhelos de un tiempo determinado.
El tiempo de hoy, como nunca, se cuestiona sobre la mujer y, en cierto modo, se halla frente a un misterio: ¿Qué significa ser mujer? ¿Qué aporta la mujer? La mujer se ha convertido en tema, en algunos casos en bandera. La mujer hoy no quiere pasar inadvertida y exige ser tomada en cuenta. Las visiones tradicionales de la mujer son rechazadas. Los movimientos feministas, aún cuando muy diversos, buscan crear conciencia, reivindicar…
La mujer, imagen de Dios. Resignificación de la imagen de Dios.
Según el P. Kentenich, lo que constituye la raíz del ser femenino es su actitud filial, que lejos de representar una imagen débil, pasiva, sumisa y dependiente, hace referencia a la grandeza y a la fortaleza de quien funda su vida libremente en la conducción amorosa del que rige el destino del mundo. La mujer es plenamente mujer cuando puede realizarse como hija, algo que se solo vale en última instancia ante Dios.
La mujer se entiende a partir de Dios y Dios se entiende a partir de la mujer. El evangelio de Jesucristo, cuyo centro es la revelación del Padre, se hace más comprensible y vital por medio de la mujer, en cuyos genes espirituales está inscrita la filialidad como actitud fundamental de vida: ser mujer es ser hija y conducir a otros al Padre (maternidad).
La filialidad, sin embargo, es un proceso dinámico; es decir, somos hijas pero a su vez estamos en un camino de “filialización”. El ideal consiste en asemejarnos cada vez más al Hijo, tener sus mismos sentimientos (Fil 2,5). Por eso, para poder vivir el ideal de filialidad es importante replantearnos cuál es nuestra imagen de Dios. Si creemos en un Dios que sólo recompensa los éxitos humanos, que prohíbe y condena, o que es un ser lejano, tan trascendente como inalcanzable, entonces nos será difícil llegar a comprender la auténtica actitud filial que atrae la fuerza misericordiosa del amor al reconocer y aceptar los propios límites.
(Auto) Reconocimiento de la dignidad de la mujer: no necesita encajar en estereotipos
¿Qué desafío nos plantea la filialidad a las mujeres actuales? ¿Es acaso solo una etapa de un proceso hacia el crecimiento y la independencia? ¿Puede abarcar todas las etapas de la vida?
El P. Kentenich afirma que el grado más grande de realización al que podemos aspirar es la filialidad plena, madura, la cual consiste en el reconocimiento de la dignidad de la mujer, de las propias debilidades y de la dependencia y entrega confiada a Dios en toda circunstancia. Es el sí total a Dios, a lo que Él quiera regalarnos. Es un proceso de toda la vida, el camino que realizó María.
La búsqueda del reconocimiento del valor y de la dignidad de la mujer ha sido un desafío de todas las épocas, aunque muchas veces ha sido una búsqueda de aceptación y de reconocimiento externo. En ese sentido, tal vez uno de los mayores desafíos para la mujer de hoy no consiste solo en que los demás, ya sea el hombre o la sociedad, la reconozca (en su originalidad, derechos, etc), sino en que la propia mujer se conozca, acepte y valore a sí misma.
La mujer necesita la certeza de saberse amada por un tú que no le pone condiciones para ser merecedora de ese amor. El amor y la elección de Dios Padre son la fuente original de la dignidad filial y no los propios méritos o el obrar humano.
Por eso, la filialidad, el reconocerse hija amada del Padre, otorga a la persona una libertad profunda que permite a la mujer ser auténtica y original sin intentar encajar en moldes propuestos por la moda del momento que masifican y despersonalizan.
Reconocimiento de su pequeñez ante Dios: Dios nos ama, no “a pesar de”
Uno de los grandes desafíos ante una sociedad que nos genera la necesidad de ser exitosas en todo lo que hacemos y emprendemos es el reconocimiento de nuestras limitaciones, de nuestros fracasos y de nuestra pequeñez. El P. Kentenich toma muy en serio este tema afirmando que “mi miseria, la miseria reconocida, reconocida con confianza, es el mayor título que nos da derecho al amor misericordioso del Padre”. Desde esta perspectiva las debilidades y limitaciones conocidas y reconocidas, por un lado nos llevan a Dios y por otro nos abren a recibir su misericordia y a dejarlo actuar en nuestra vida.
Podemos ver en este tiempo que la mujer se enfrenta a una lucha constante consigo misma. Por un lado tiene grandes ideales, por otro, limitaciones que la desaniman en el anhelo hacia lo grande, lo alto. Y tal como afirma el Papa Francisco en la carta apostólica Patris corde: “muchas veces pensamos que Dios se basa solo en la parte buena y vencedora de nosotros, cuando en realidad la mayoría de sus designios se realizan a través y a pesar de nuestra debilidad.” El P. Kentenich añadiría, no a pesar de nuestra debilidad sino justamente por ella. A través de nuestra pequeñez se muestra más claramente la grandeza y la acción de Dios en nuestra vida y nuestra realidad como instrumentos en sus manos. Reconocer los límites no nos hace débiles, sino fuertes, tal como San Pablo que se gloriaba de sus debilidades (2 Cor 12,9).
Reconocimiento de su misión
Luego de conocerse y aceptarse a sí misma, tanto en su pequeñez como en su dignidad real, la mujer tiene el gran desafío de descubrir su misión personal y comunitaria en el mundo. ¡Ha sido creada para algo grande! Para ser alma, para infundir vida en la sociedad y en la cultura.
En todas las épocas se ha destacado la humanidad de la mujer que tiene una sensibilidad especial para comprender los límites de la condición humana, la realidad concreta y las situaciones individuales (dolor, carencia, anhelos personales,…) En una cultura marcada por el exitismo, la productividad, el rendimiento, el valor femenino es una llamada de atención frente a los excesos e implica un correctivo social, cultural, económico, so pena de deshumanizarnos. La mujer representa un plus de humanidad indispensable para asumir los límites del progreso y un mayor realismo existencial.
Desde esta perspectiva, el Papa Francisco expresa que “es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva” (19/08/2013), podríamos decir más mariana, más vivencial, más orgánica.
La sociedad necesita mujeres “fuertes y dignas, sencillas y bondadosas, que repartan amor, paz y alegría” (Hacia el Padre, Cántico del instrumento, 609). En este sentido, podemos considerar el desafío de la necesidad de entrega a un tú a través del servicio. Muchas veces se considera al servicio como una forma de esclavitud, cuando es totalmente lo contrario: una forma de autodominio y de libertad a imagen de Cristo (Jn 10,18;Mt 20,28). El servicio es la expresión de captación del Evangelio y de la entrega filial de Jesús y de María.
Se va haciendo, va madurando, fundamentalmente en relación
La identidad femenina, por otro lado no se forma, no madura, solamente y en primer lugar a partir de la reflexión, sino a partir de vivencias y vínculos personales en los cuales se va revelando y confirmando su ser propio. La mujer, como también el hombre, se va haciendo, madurando fundamentalmente en relación (cultura). En las relaciones auténticamente personales la mujer va hallando el sentido de su vida, va interpretando sus anhelos ocultos. La ausencia de vínculos profundos y sanos la hacen vacilar respecto a su identidad hasta, finalmente, hacerla incapaz de responder a su propio ser.
De la mano de María
En este panorama de búsqueda, de discernimiento vital, de autodefinición de la mujer, la respuesta a la pregunta sobre la identidad femenina sólo puede venir de la vida misma, de personas concretas que representen, encarnen e irradien plenitud de vida como mujer; es decir, mujeres que sirvan de referencia inmediata a otras mujeres, en las cuales se condensen las aspiraciones de muchas otras.
En el plano sobrenatural, la referencia modelo por excelencia es María: Ella puede ser inspiración espiritual de actitudes que luego se reflejen en formas de vida plena en personas concretas. Ella es la hija fiel del Padre y la compañera y colaboradora de toda la obra de Jesús. Ella nos enseña el camino de filialidad, de dependencia, de servicialidad y de entrega total. En otras palabras, el desafío actual de la mujer pasa por la santidad referencial que haga visible, comprensible y efectivo (de forma intuitiva), el mundo interno de ella. Cuando la mujer encuentra un modelo así su corazón no tarda en encenderse y en anhelar vivir en ese mismo mundo espiritual.
Una gran oportunidad es un gran desafío
La actualidad se presenta a la mujer de hoy como una gran oportunidad. Está llena de desafíos. No puede seguir viviendo como hasta ahora, debe intervenir más decididamente en la vida pública, social, cultural, productiva, etc, sobre todo mostrando con más determinación y osadía sus anhelos, sus ideas, sus proyectos que serán irradiación de su ser y de su ideal. Debe impregnar de vida todos sus ámbitos, según su profesión, su vocación y estado de vida.
La vivencia de una filialidad profunda permitirá a la mujer la
que anhela, la libertad que reclama, la certeza interior del corazón de saberse amada y aceptada tal cual es. Es el camino de una madura infancia espiritual, camino que estamos llamadas a vivir y a transmitir con nuestro ser.