Un día, antes de irme de Chile, donde llevaba más de un año de misión, alguien se me acercó y me dijo: «Padre, que nada te quite la alegría». Nunca me había visto triste, me dijo.
En primer lugar, quiero expresarte esta petición: No dejéis que nada entre en vuestra vida que pueda quitaros la alegría, porque «un cristiano infeliz, triste, insatisfecho o, peor aún, presa del resentimiento, no es creíble», insistió el Papa Francisco durante su audiencia general del 15 de noviembre de 2023.
Como cristianos, debemos ser hombres y mujeres de alegría
En este cuarto domingo de Cuaresma, llamado «domingo de laetare» o «domingo de la alegría», se nos invita a alegrarnos y regocijarnos.
¿Cuál es el motivo de esta alegría? Es el gran amor de Dios hacia la humanidad: «Porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna». (Jn 3,16). Estas palabras, pronunciadas por Jesús durante su diálogo con Nicodemo, sintetizan un tema que está en el centro del mensaje cristiano: incluso cuando la situación parece desesperada, Dios siempre está ahí, interviene, ofreciendo al hombre la salvación y la alegría.
La tristeza da paso a la esperanza, a la alegría
Estamos invitados a prestar atención a este anuncio, rechazando la tentación de estar seguros de nosotros mismos, de querer prescindir de Dios, reclamando una libertad absoluta en relación con Él y con su Palabra. Nuestro Dios es un Dios fiel, es paciente, lento a la cólera, nunca se alegra de la muerte de un pecador, pero siempre se complace en perdonar para que todos podamos encontrar la alegría de vivir: «¡Vuelve a mí de todo corazón! «nos exhortó por boca del profeta Joel, el Miércoles de Ceniza.
Cuando encontramos el valor de reconocernos tal como somos -¡y eso requiere valor! – nos damos cuenta de hasta qué punto somos personas llamadas a ajustar cuentas con nuestra fragilidad y nuestros límites. Por eso puede suceder que nos invada la ansiedad, la preocupación por el mañana, el miedo a la enfermedad y a la muerte. Esto explica por qué tantas personas, buscando una salida, toman a veces caminos peligrosos como las drogas, las supersticiones o los rituales mágicos que confunden. Es bueno conocer nuestros límites, nuestras fragilidades, debemos conocerlas, pero no para desesperar, sino para ofrecerlas al Señor; y Él nos ayuda en el camino de la curación, nos lleva de la mano y nunca nos deja solos, ¡nunca! Dios está con nosotros y por eso hoy «nos alegramos»: «Alégrate, Jerusalén», dicen, porque Dios está con nosotros.
Y tenemos una esperanza verdadera y grande en Dios Padre, rico en misericordia, que nos dio a su Hijo para salvarnos, y esta es nuestra alegría. También tenemos muchas tristezas, pero cuando somos verdaderos cristianos, existe esta esperanza que es una pequeña alegría que crece y que te da seguridad. No debemos desanimarnos cuando vemos nuestros límites, nuestros pecados, nuestras debilidades: Dios está ahí, cerca, Jesús está en la cruz para curarnos. Es el amor de Dios. Mirar el Crucifijo y decirnos a nosotros mismos: «Dios me ama».
Somos como niños
Una vez dije: como seres humanos, somos en esta vida como niños que aprenden a caminar, nos levantamos y nos caemos, pero tenemos una Madre que nos levanta. Ella nos espera en el Santuario, quiere que seamos capaces de llevarle nuestros esfuerzos diarios de santificación para que nos haga hombres alegres, capaces de irradiar esta alegría a nuestro alrededor. Que ella ponga en nuestros corazones la certeza de que somos amados por Dios. Que ella esté cerca de nosotros en los momentos en que nos sentimos solos, cuando estamos tentados de capitular ante las dificultades de la vida. Que nos comunique los sentimientos de su Hijo Jesús, para que nuestro camino cuaresmal se convierta en una experiencia de perdón, de acogida y de caridad.
*P. Léonce Ntakirutimana, Instituto Secular de los Padres de Schoenstatt, Burundi