Amar al prójimo con empatía: una lucha contra el egoísmo y la intolerancia

Flávia Ghelardi

El amor de Dios por cada uno de nosotros es un amor incondicional

Amar al prójimo es un desafío para superar el prejuicio y el egoísmo y que podemos alcanzar a través de la empatía y la ayuda de la gracia divina.

San Francisco de Sales nos enseña que el amor es la ley fundamental del mundo, y según esta ley, Dios ha hecho todo por amor, con amor y a través del amor. Es por ello que el ser humano, como obra maestra de la creación, es llamado a amar como Dios lo hace.

El amor de Dios por cada uno de nosotros es un amor incondicional que nos ofrece por completo, sin importar nuestras limitaciones y pecados. Él siempre está dispuesto a perdonar y acogernos en sus brazos. Amar de esa forma es muy difícil para nosotros, ya que somos criaturas inclinadas hacia el egoísmo, pensando en nuestro propio bienestar y placer; sin embargo, no resulta imposible hacerlo. Debe ser un ejercicio diario de renuncia a nuestros propios deseos para hacer el bien a los demás, pues el amor no es un sentimiento sino acción y actitud.

Amar sin prejuicios

Estamos llamados a amar al prójimo sin juzgarlos. El prejuicio es una idea que tenemos del otro que puede relacionarse con su color, raza, religión o sexo, su estilo de vida o elecciones políticas, y que nos impide acercarnos para vincularnos y, en consecuencia, nos impide amar.

El prejuicio también causa que muchas veces juzguemos a los demás sin conocer realmente su situación. Para lograr vencer los prejuicios, necesitamos hacer el ejercicio de ponernos en los zapatos  del otro y ser empáticos.

En esto se expresa la regla de oro que Jesús dice en Mateo 7,12: “Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos”.

También es importante reflexionar sobre la razón de mi intolerancia frente al otro, ¿cuál es el origen de esa barrera que he puesto y que me impide amar y servir?

Si ese obstáculo se debe a alguna actitud de mi prójimo, que considero equivocada, entonces el amor me debe conducir a buscar el diálogo. Debo exponer mi punto de vista, siempre con respeto, y sabiendo que el otro tendrá la libertad de aceptarlo o no, de cambiar su actitud o continuar actuando de esa manera. Independientemente de cuál sea su respuesta, debo acogerlo y comprenderlo.

 

Amar el prójimo significa mirarlo con empatía

Desde el otro ángulo, está la duda sobre cuál debe ser mi actitud si yo sufro algún tipo de discriminación o prejuicio. En este caso, debemos tener la conciencia de que no podemos controlar las actitudes de los demás pero sí nuestra reacción ante ellas. La actitud de victimizarse no ayuda en nada y demuestra inmadurez, ya que deposita en el otro la responsabilidad de nuestro sentir y de nuestra postura ante la vida.

También aquí se puede practicar la empatía, colocarme en el lugar del otro y pensar “tal vez si hubiera tenido la misma educación y sufrido los mismos traumas y experiencias, podría estar actuando mucho peor que aquella persona. Entonces, no puedo juzgar y mucho menos condenar al otro. Lo que debo hacer es perdonar, recordando las palabras de Jesús frente a sus agresores “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).

Eso no significa que no debamos corregir si vemos que otra persona actúa de manera errada.

La corrección fraterna también es una actitud de amor, pero siempre debe centrarse en la actitud equivocada y no en la persona. Cada ser humano tiene un valor infinito para Dios, por lo que debemos reconocer ese valor en el otro, independientemente de sus actitudes.

 

Matar el egoísmo

Una cosa que no podemos olvidar es que para amarnos como hermanos, debemos reconocer que tenemos un Padre en común.

“La fraternidad sin paternidad es una contradicción”, dice el Padre Kentenich.

Por lo tanto, sin la dimensión sobrenatural y sin pedir con insistencia al Padre la gracia de aprender a amarnos, nada vamos a conseguir. El brazo horizontal de la cruz, que nos recuerda que somos hermanos y estamos al mismo nivel, no queda volando en el aire, sino que está fijado al palo vertical, que nos recuerda que debemos tener los pies en la tierra pero buscar lo más alto; solo así podremos amar fraternalmente.

Amar ao prójimo no es fácil, pues implica una manera de morir. Debemos matar el egoísmo en nosotros y esa tendencia a ponernos en el centro del mundo buscando solo aquello que nos brinda placer, para así poder salir al encuentro del otro y servirlo en sus necesidades. Solos nada vamos a conseguir.

Debemos pedir con más insistencia “¡Señor, enséñame a amar! Cambiaste la estructura. Y también podemos contar con el auxilio de nuestros hermanos los santos, que conquistaron el arte de amar. Conocer su historia nos puede enseñar cómo consiguieron llevar el mandamiento del amor a la práctica. Debemos pedir también la ayuda de María Santísima, nuestra Madre y Reina y gran educadora en nuestro camino de crecimiento en el amor.

Traductor: Pablo Arias, Querétaro, México

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