El lunes después de la solemnidad de Pentecostés, la Iglesia celebra la memoria de la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, instituida por el Papa Francisco en febrero de 2018.
Muchos católicos aún desconocen que cada año, el lunes siguiente a la solemnidad de Pentecostés, la Iglesia celebra la memoria de la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia. La razón principal de este desconocimiento es, probablemente, porque todavía es una celebración litúrgica muy reciente, instituida por el Papa Francisco en febrero de 2018.
Por ello, vale la pena tomar conciencia del valor de esta celebración para vivirla con mayor conciencia y profundidad. De hecho, el decreto Ecclesia Mater, de 2018, explica que la motivación para la institución de esta memoria es fomentar el crecimiento del sentido maternal de la Iglesia y de la auténtica piedad mariana. Es una motivación muy significativa para el Movimiento de Schoenstatt y refuerza nuestra misión mariana.
Si por un lado, la celebración es reciente, por otro, el título de Madre de la Iglesia y la teología que lo sustenta tienen raíces antiguas y profundas. Empezando por la raíz bíblica: al pie de la cruz, María aceptó la misión que le confió Jesús, acogiendo con amor a toda la humanidad representada en el discípulo amado (cf. Jn 19,25-27).
Allí María se convirtió en la Madre de la Iglesia, que Cristo engendró en la cruz dando su Espíritu. En el Cenáculo, con su madre María y junto a ella, los apóstoles se reunieron para implorar y esperar la venida del Espíritu Santo (cf. Hch 1,13-14; 2,1-4). Se puede decir que la Iglesia nace en Pentecostés y María cumple allí, desde el principio, su misión de madre de la Iglesia naciente.
San Agustín enseña que María es la madre de los miembros de Cristo porque cooperó, con su amor, al renacimiento de los fieles en la Iglesia. Y San León Magno, utilizando la imagen paulina de la cabeza y el cuerpo (cf. Col 1,17-18; Ef 5,23), recuerda que el nacimiento de Cristo, Cabeza de la Iglesia, en el seno de María, coincide con el nacimiento del Cuerpo, que es la Iglesia. Por tanto, María, la madre de Jesús, es al mismo tiempo la madre de los miembros de su Cuerpo, es decir, de la Iglesia.
El decreto Ecclesia Mater lo recuerda: «A lo largo de los siglos, a causa de este modo de sentir, la piedad cristiana ha honrado a María con los títulos un tanto equivalentes de Madre de los discípulos, de los fieles, de los creyentes, de todos los renacidos en Cristo, y también de Madre de la Iglesia, como aparece en los textos de los autores espirituales, así como en los del magisterio de Benedicto XIV y León XIII.»
Sobre esta base, San Pablo VI, en la clausura de la tercera sesión del Concilio Vaticano II (21 de febrero 1964) sorprendió a todos declarando a María con este título, que algunos Padres Conciliares no se atrevieron a proclamar: «Madre de la Iglesia, es decir, de todo el Pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores, que la llaman Madre amantísima» y estableció que «con este título suavísimo la Madre de Dios es en adelante honrada e invocada por todo el pueblo cristiano”.
José Kentenich reconoció el profundo significado de este acto de Pablo VI, y en la audiencia con él al final de su exilio (22 de diciembre de 1965), prometió que él y la Familia de Schoenstatt se comprometerían a cumplir la misión postconciliar de la Iglesia «bajo la protección de María, Madre de la Iglesia». Como signo de este compromiso, presentó un cáliz para la iglesia dedicada a María Madre de la Iglesia, cuya piedra angular había bendecido el Papa unos días antes (8 de diciembre 1965) al final del Concilio.
En este espíritu, que la celebración de esta memoria de María Madre de la Iglesia adquiera un significado especial para nosotros los schoenstattianos que hemos heredado de nuestro Padre fundador el Dilexit Mariam (amó a María) y el Dilexit Ecclesiam (amó a la Iglesia).
Bajo la protección de María, Madre de la Iglesia, imploremos al Espíritu Santo para realizar hoy nuestra particular misión mariana, siendo en este hospital de campaña del mundo, afectado por la pandemia y tantos otros males, una presencia mariana y maternal.
Seamos instrumentos de María, Madre de la Iglesia y de la humanidad, para acoger, amar y educar con misericordia y ternura a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, para que Cristo nazca de nuevo hoy en sus vidas y corazones.
*El P. Alexandre Awi Mello es miembro del Instituto de los Padres de Schoenstatt, es secretario del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida de la Santa Sede y consejero de la Pontificia Comisión para América Latina