La tristeza y la alegría van a veces de la mano en la vida. Lo vivimos cuando se casó nuestra hija mayor. Pocos días antes había muerto mi madre (de Klaus), que esperaba con gran ilusión la celebración. En el banquete de bodas, se nombró a los invitados de cerca y de lejos. Al final de las presentaciones, los novios se refirieron a dos fotos de gran formato: una mostraba al abuelo de nuestro yerno, fallecido unos meses antes, y la otra a mi madre. Los dos dijeron «que el abuelo y la abuela se unirían a la celebración desde el cielo». Como cristianos, les invitamos a seguir en contacto con nuestros queridos difuntos.
Hacia el final de cada año, nos enfrentamos al hecho de que la muerte forma parte de la vida. El 1ro. de noviembre, los católicos celebramos el Día de Todos los Santos. Un día después, el Día de los Difuntos. Muchos visitan las tumbas de sus familiares fallecidos. A finales de mes, las iglesias protestantes celebran el Domingo de Difuntos. El último domingo del año eclesiástico también se llama Domingo de la Eternidad, porque esperamos el regreso del Señor y la vida eterna.
Sentirte en casa en el mundo y en casa en el cielo
Cuando nos vemos enfrentados a la muerte de familiares o amigos, surge una sensación de malestar porque se activan los pensamientos sobre nuestra propia muerte. El conocimiento de la mortalidad es lo que algunos psicólogos estadounidenses llaman el «gusano en nuestro corazón». A medida que envejecemos, nos hace la vida cada vez más miserable. Algunas personas esperan morir antes que su pareja, porque, por un lado, no soportan el dolor por la muerte de quien aman, y por otro, les resulta difícil vivir solas.
Los cristianos de los primeros siglos creían que solo verían a Dios en el cielo. La dicha eterna consistiría únicamente en «contemplar a Dios». Los difuntos estarían ante Dios y «le contemplarían y amarían; amarían y alabarían sin fin». Esto es lo que enseñó Agustín (* 354, † 430 d.C.). En el curso de su vida, el Padre de la Iglesia desarrolló adicionalmente la doctrina de la reunión en el cielo.
Cuando el marido de la noble romana Itálica murió en el año 408 d.C., Agustín le escribió una carta. Consolaba a la viuda con estas palabras: «Nuestros seres queridos que han dejado esta vida no están perdidos para nosotros; solo los hemos enviado adelante. Gracias a la firme promesa de Dios, también nosotros podemos esperar entrar un día en esa vida en la que, cuanto mejor los conozcamos, más los amaremos, y en la que los amaremos sin miedo a separarnos”.
Nos gustaría invitarte a desarrollar esta actitud ante la vida: Sentirte en casa en el mundo y en casa en el cielo. El apóstol Pablo escribe: «Nosotros tenemos nuestra patria en el cielo, y de allí esperamos al Salvador que tanto anhelamos, Cristo Jesús, el Señor. Pues él cambiará nuestro cuerpo miserable, usando esa fuerza con la que puede someter a sí el universo, y lo hará semejante a su propio cuerpo del que irradia su gloria“. Fil. 3, 20-21.
«Como cristianos tenemos el deber de procurar que la tierra se convierta en un trozo de cielo», según el P. José Kentenich
En familia: conversaciones difíciles pero necesarias
- Dime cómo y dónde quieres que te entierren.
- ¿Qué frase quieres en el obituario?
- ¿Quieres que vayamos de negro, o de vestimenta común?
- ¿Qué canciones quieres que se canten en el funeral?
- ¿Debe ser un entierro o cremación?
- ¿Cómo es para ti la vida después de la muerte?
Podemos compartir nuestras ideas sobre estos temas.
Para nuestra vida con Dios
Rezamos juntos: Espíritu Santo, no abandonas nuestra alma, ni siquiera cuando nuestra vida terrenal llega a su fin. Nuestra comunión contigo permanece. Es reconfortante saber que permanecemos en tu amor. Bendícenos a nosotros y a todos los familiares y amigos con los que nos sentimos unidos, y concede a nuestros queridos difuntos la vida eterna contigo. Amén.