El sábado 11 de octubre por la mañana, en el Santuario Internacional de Belmonte (Roma), tuvo lugar el encuentro y la celebración del Jubileo del Apostolado de la Virgen Peregrina, con motivo del 75.º aniversario de este apostolado y del 25.º aniversario de su presencia en Italia. Asistieron representantes de varias regiones italianas en un ambiente de alegría, gratitud y comunión.

El Encuentro en Belmonte
La Hna. M. Julia de Almeida, asesora nacional del Apostolado de la Virgen Peregrina, participó en las celebraciones del jubileo en Brasil y compartió con todos los presentes lo vivido en ese encuentro internacional. El centro de la reflexión fue la figura de João Pozzobon, siervo elegido por Dios para iniciar la fecunda misión de la Virgen Peregrina.
Su vida, entregada a la Madre de Dios y a los demás, es un testimonio de fe y dedicación apostólica al servicio de las personas y las familias. Durante el encuentro, los misioneros Paola y Francesco Mennillo, de Roma, ofrecieron su testimonio sobre cómo la Virgen Peregrina los ha acompañado en los retos y en las alegrías de la vida familiar. Fue un momento emotivo de compartir que los presentes apreciaron mucho.
El encuentro concluyó con la celebración de la Eucaristía, seguida de una peregrinación al santuario, durante la cual cada misionero renovó su compromiso apostólico. Un misionero de la diócesis de Latina selló por sorpresa su Alianza de Amor y todos los misioneros del Apostolado presentes se unieron a él para renovarla.


Vigilia mariana en la Plaza de San Pedro
El sábado por la noche, el Papa León XIV presidió la Vigilia de oración por la paz en la Plaza de San Pedro. En un profundo silencio, entre cantos y oraciones, el Santo Padre invitó a los peregrinos a ver el mundo con los ojos de un niño, a purificar su corazón y a convertirse en artesanos de la paz en su vida diaria.
Junto a María, la Iglesia rezó para pedir el don de la reconciliación y la esperanza, recordando que el verdadero desarme comienza en el corazón. En el corazón de Roma, la Iglesia renovó su confianza en María, la mujer del «sí», que sigue conduciendo a sus hijos a Cristo, príncipe de la paz.
Domingo: Santa Misa de clausura y encuentro con el Santo Padre
El domingo 12 de octubre, por la mañana, se celebró la misa de clausura del Jubileo de la espiritualidad mariana. Antes de la celebración, la Hna. M. Julia de Almeida y el P. Pablo Pérez, director del Movimiento de Schoenstatt en Italia, tuvieron la oportunidad de saludar personalmente al Papa León XIV. Este breve pero intenso encuentro tuvo lugar ante la Piedad de Miguel Ángel, en la Basílica de San Pedro.
«Fue un encuentro muy sobrio», cuenta el padre Pablo con una sonrisa. «Saludé al Santo Padre y le entregué una cruz de la unidad. Le dije que esa cruz es el símbolo más hermoso que tenemos. El Papa sonrió y me respondió simplemente: “Gracias”. Entonces le pedí su bendición y le confié algunas intenciones. Fue un momento sencillo, pero profundamente significativo, un signo de comunión con la Iglesia y con el Papa».
La Hna. M. Julia también llevaba una imagen de la Virgen Peregrina, que fue coronada por el Papa (más información en este artículo).

En la misa final estuvieron presentes numerosos peregrinos, movimientos marianos, cofradías, comunidades y grupos devocionales de todo el mundo. El Movimiento de Schoenstatt estuvo presente con grupos procedentes de toda Italia y con un grupo de 80 personas de Alemania que participaron en el Jubileo. La imagen original de la Virgen de Fátima, traída especialmente desde Portugal, ocupó un lugar central en la celebración y atrajo la atención y devoción de los fieles.
En su homilía, el Papa recordó que «la espiritualidad mariana, que alimenta nuestra fe, tiene a Jesús como su centro». Invitó a todos a seguir el camino de María, que conduce al encuentro con cada ser humano, especialmente con los pobres, los heridos y los pecadores. En el breve discurso del Ángelus, volvió a hacer un llamamiento a la paz y recordó los conflictos de Oriente Medio y Ucrania, y exhortó al diálogo, la fraternidad y la esperanza.
Con esta celebración concluyó simbólicamente el ciclo jubilar, no como un final, sino como un nuevo comienzo. Supone una invitación a vivir con renovado entusiasmo el estilo mariano de la vida cristiana y a dejarnos formar por María para ser testigos de esperanza en el mundo.


