En tiempos de miedo, pandemia y múltiples pérdidas de esperanza y confianza, los seres humanos tornamos la mirada naturalmente hacia personas cuyo ejemplo podamos seguir o en las que podamos inspirarnos para superar la crisis.
Una persona que fue capaz de dominar situaciones difíciles de la vida y que puede darnos buenos consejos viviendo en tiempos de pandemia hoy, es la hermana Emilie Engel. Nació hace exactamente 128 años, el 6 de febrero de 1893, en Husten, Sauerland, como la cuarta de doce hijos, creciendo así en una familia numerosa. Desde sus primeros años sufrió la idea errónea de que Dios es un juez estricto, por lo que durante toda su infancia y adolescencia experimentó graves temores y compulsiones que frenaron su alegría de vivir.
A medida que crece la confianza, el miedo se desvanece
Como joven maestra en una zona socialmente desfavorecida del Ruhr, no solo enseña a los hijos de mineros, sino que atiende a familias enteras en su pobreza, enfermedad y necesidades espirituales. En 1921 se encontró con Schoenstatt y la Alianza de Amor, y se convirtió en una de las cofundadoras de la comunidad de las Hermanas de María de Schoenstatt. Sufrió un brote de tuberculosis pulmonar en 1935, por lo que en los años siguientes tuvo que pasar no poco tiempo en hospitales y sanatorios. No obstante pudo convertirse en una mujer generosa y maternal que atendía a las personas ayudándolas en sus dificultades. A través del cercano acompañamiento espiritual del Padre Kentenich, creció en ella una imagen completamente nueva de Dios: el Dios Padre amoroso que la ama personalmente y en el que puede confiarse por completo. Esta fe en la Providencia la libera paso a paso de sus profundos temores y le proporciona una fuerte alegría interior, una profunda serenidad, incluso despreocupación, a pesar de las calamidades de la guerra y la posguerra. A medida que aumenta su confianza, disminuye su miedo.
Atrévete a saltar a los brazos de Dios
Siempre se atreve a dar el salto a los brazos de Dios y pronuncia su «Sí, Padre» incluso ante una enfermedad que avanza sin piedad. Al final queda casi completamente paralizada y ya no puede hablar. Su oración favorita es un resumen de su fe y su vida:
«Yo sé que Tú eres mi Padre
en cuyos brazos estoy cobijado/a.
No te pregunto hacia dónde me conduces,
quiero seguirte sin miedo.
Y si pusieras mi vida en mis manos,
para que yo la conduzca a mi antojo,
yo la pondría, con confianza filial,
nuevamente en tus manos de Padre“.
En 1955 fallece. Su tumba en Metternich es visitada por numerosas personas y es decorada con cariño, entre otras cosas, con pequeñas banderas nacionales que llevan los visitantes. Muchos la experimentan como ayudante desde el cielo en numerosas dificultades. Su proceso de beatificación, abierto en 1999, continúa en Roma desde 2002. Para su reconocimiento, «solo» falta un milagro médico.
La hermana Emilie hoy
El Padre Kentenich siempre estuvo convencido de que la Hermana Emilie tuvo que sufrir penurias, debilidad y miedo en una escala tan potente porque Dios le dio una misión especial para las personas de nuestro tiempo, cuya condición básica es el miedo. Y ahí es donde la pandemia nos tiene de nuevo: el miedo.
Tenemos miedo de infectarnos, tenemos miedo de morir solos en el hospital. Tenemos miedo de que los políticos tomen decisiones equivocadas. Tenemos miedo de los negacionistas del coronavirus, por las consecuencias que sufrimos por sus acciones en nuestro país y en nuestra sociedad. Y hay un miedo totalmente nuevo con el que todavía no tenemos experiencia: el miedo a infectar a otros, que los demás enfermen gravemente o mueran porque les hemos contagiado.
Embajadora de la fe en la Divina Providencia
La hermana Emilie puede acompañarnos a través de los estrechos túneles del miedo. Ha puesto toda su confianza en un Dios Padre amoroso, bondadoso y omnisciente. Nos aconseja: «Por tanto, veamos las señales de Dios y sigámoslas, oigamos y obedezcamos su voz en todas partes, estemos atentos a las puertas que nos abre su mano».
Es necesario un cambio de enfoque: dejar de lado la ansiedad que nos invade, para buscar las señales de Dios, por todo lo que es posible a pesar de las limitaciones. Entonces podemos buscar creativamente nuevas formas, permanecer en conversación con el buen Dios todo el día, mientras trabajamos o descansamos. Pidamos consejo, alabemos, demos gracias, expresemos nuestras lamentaciones en conversación con Él. Esto rompe las cadenas de nuestro miedo. Entonces la confianza crece y el miedo se desvanece.
Un remedio seguro: la oración confiada y perseverante
Así lo vivió la Hermana Emilie. Rezaba mucho, especialmente en los momentos en que, debido a la enfermedad, solo se le permitía estar quieta e inmóvil durante semanas, o tenía que soportar terribles dolores debido a intervenciones quirúrgicas. Rezaba todos los días, siempre en unión con Dios, siguiendo el consejo del Padre Kentenich:
«Cuanto más profundamente sienta su impotencia, con más confianza debe atreverse a saltar a los brazos del Padre Dios y de María».
Recemos por los demás, especialmente por todos los que trabajan hasta el límite, y que necesitan nuestras oraciones. Rezar con otros anima y fortalece nuestras relaciones. Cuando rezamos, no necesitamos seguir hablando. Es mucho más importante dar espacio a Dios para que nos exprese sus impulsos y deseos. Rezar es cambiar la dirección de nuestra mirada, rendirse. Porque no se trata de imponer mi voluntad a Dios, sino de dejar que mi voluntad sea moldeada por la suya.
La vida desde la alianza bautismal
La hermana Emilie vivió profundamente su bautismo, que tuvo lugar dos días después de su nacimiento. Así expresó: «El misterio de este día es tan grande, tan inexpresable; no puedo ni siquiera pensarlo. ¿Cómo puedo dar las gracias? Con todo mi corazón, con toda mi alma, renuevo hoy mis votos bautismales. Gloria al Padre en mí, al Hijo en mí, al Espíritu Santo en mí. Amén». Me pregunto si esta reverencia por el don de nuestras propias vidas puede ayudarnos también a proteger responsablemente a los demás y a nosotros mismos. Cada vida es tan infinitamente preciosa. La palabra de Dios pronunciada en el bautismo de su Hijo en el Jordán es también cierta para cada uno de nosotros: «Este es mi Hijo amado, (puedo insertar: mi hija amada) en quien me complazco». Esta promesa anima y motiva a aceptar los desafíos.
Compromiso con las personas
Libre de sí misma, la Hermana Emilie se dirige a muchas personas, aconseja, consuela, anima y fortalece, todo ello desde el impulso interior: «Debemos amar a los más pobres con más calor». Las personas que acuden a otras en tiempos de pandemia, que están al lado de quienes se sienten solos, que mantienen el contacto y la cercanía a través de nuevas formas posibles, a pesar de las restricciones de contacto, superan mejor la crisis. Se trata de amar al más necesitado con calidez.
Nueva Novena
Muchas personas de todo el mundo experimentan, al acudir a la Hna. Emilie, que devuelve la luz a sus vidas, una luz que irradia el amor y la cercanía protectores de Dios. La hermana Theres-Marie Mayer ha escrito una nueva novena, muy práctica. Por el momento solo está disponible en alemán. Se está trabajando en la versión en español. El título de la novena en alemán es: Vertrau und spring! Algo así como ¡Confía y anímate!, en español. Este texto describe de forma realista a los trapecistas, y presenta la vida de la hermana Emilie como un ejemplo que puede aplicarse de forma práctica a la vida personal.
Con gusto visitaré la tumba de la hermana Emilie en su cumpleaños y encenderé una vela por todos los que lean este artículo.