La autora, Flavia Ghelardi, explica por qué es importante la oración meditativa, y comparte consejos prácticos del P. Kentenich, del P. Rafael Fernándes y propios, para lograrlo y así profundizar la vida espiritual.
Ya hemos hablado de la importancia que el Padre Kentenich daba a la meditación en la vida cotidiana como escuela de amor, como forma de encuentro con Dios en nuestra vida diaria. Sin embargo, sabemos que cuando intentamos cambiar el ritmo de nuestra vida para dar cabida a una dimensión más contemplativa, encontramos innumerables dificultades para ponerlo en práctica.
Decidir meditar
Nuestro primer paso debe ser la decisión de incluir la práctica de la meditación en nuestra vida. Tenemos que entender que esta breve pausa durante nuestro día para tratar de ver a Dios comunicándose con nosotros es esencial para lograr una mayor intimidad con Él. O conseguimos encontrar a Dios en las criaturas, en las cosas y en el trabajo, o este Dios de la vida se vuelve simplemente inalcanzable. Incluso podemos tener un contacto con Él cuando vamos a la iglesia o rezamos una oración, pero el resto del día vivimos, por así decirlo, como paganos.
Debemos buscar no solo al Dios trascendente, que está en el cielo y escucha nuestras oraciones o se alegra cuando participamos en el Santo Sacrificio de la Misa y comulgamos con Él, sino también al Dios que es la Causa Primera de todo, que lo ha creado todo y lo ha puesto a nuestra disposición y que desea, a través de las causas segundas (las personas y todo lo creado) encontrarse con nosotros y mostrarnos su infinito amor por cada uno de nosotros
No rendirse ante las dificultades
Una vez que hemos comprendido la importancia de la meditación y hemos decidido ponerla en práctica, podemos sentirnos desanimados al darnos cuenta de los inmensos desafíos que se interponen en nuestro camino y que quieren impedir que miremos dentro de nosotros mismos para buscar a Dios en nuestra vida. Puede que tengamos algunos intentos fallidos de meditación, y entonces nos damos por vencidos. Creemos que la meditación no es para nosotros….
El respecto, el P. Kentenich nos dice que:
«Algunas personas piensan que la oración meditativa está reservada a los sacerdotes y religiosos. Los laicos, más aún los simples trabajadores, no estarían capacitados ni llamados a hacer oración meditativa. Sin embargo, este es un gran error. No solo hay santos de la vida cotidiana detrás de los muros conventuales, no solo hay santos que visten hábitos religiosos, sino también y sobre todo con atuendos seculares, en medio de la maraña y las luchas de la vida cotidiana. Se encuentran en todas las vocaciones y estados de vida».
Meditar en un mundo tan agitado como el nuestro es realmente una tarea heroica, y si no tenemos un método adecuado y constancia en esta actitud, contando con la ayuda del Espíritu Santo, será prácticamente imposible lograrlo. El Padre Kentenich decía que una de las virtudes que más admiraba era la fidelidad. La lealtad para volver a empezar después de cada caída, después de cada fracaso. Entonces, no debemos desanimarnos si no logramos poner en práctica la meditación de inmediato. Debemos tener siempre el valor de volver a intentarlo.
Pide ayuda al Espíritu Santo
Por eso necesitamos implorar la gracia de lo alto, especialmente los dones del Espíritu Santo. Podemos pedir la poderosa intercesión de nuestro santo ángel de la guarda. Es un ser muy poderoso que nos ha sido regalado por Dios para custodiar, iluminar y conducirnos al cielo. Conoce la importancia de nuestro contacto más íntimo con Dios para llegar a Él, por lo que quiere ayudarnos a poner en práctica la meditación.
Como enseña el padre Rafael Fernández: «El objetivo propio de la meditación es profundizar y hacer más íntima nuestra relación de amor con Dios. Si meditamos sobre una idea, es para saborear la verdad o la realidad que representa, para que, más allá de nuestro intelecto, penetre en nuestro corazón. Porque cuando se trata de nuestro vínculo de amor con Dios, y del amor que nos tiene y que espera que le devolvamos, no bastan los conceptos o las meras ideas”.
Y continúa: “La meditación es como la raíz del árbol. Lo que sostiene a los árboles, cuando llegan las tormentas y las tempestades, no es la copa ni las hojas, sino las raíces. Cuanto más profundas sean las raíces de un árbol, más capacidad tendrá para superar las tormentas del tiempo. Incluso las tormentas las afirman, porque sus raíces son profundas. El viento puede arrancar algunas ramas y hojas, pero el árbol sigue en pie. Pero cuando las raíces son escasas, aunque tenga un follaje muy frondoso y un gran tronco, será fácilmente derribado por una tormenta. La meditación nos arraiga en el corazón de Dios», concluye.
¿Cómo meditar?
La práctica de la meditación de la vida diaria enseñada por el Padre Kentenich tiene algunas etapas. La primera etapa es la preparación. Existe la preparación remota, la preparación próxima y la preparación inmediata. Luego viene el desarrollo de la meditación, con el comienzo, el desarrollo y la conclusión.
En futuros artículos, explicaremos cada una de estas etapas en detalle incluyendo ejercicios prácticos de meditación.
Aquí presentamos una visión general, un resumen de cómo funciona la meditación:
Elige un momento del día para realizar la meditación. Al principio puede ser de 10 a 15 minutos. Podemos empezar haciéndolo una vez a la semana, y luego aumentar gradualmente la frecuencia.
Elige un lugar adecuado donde no te interrumpan. Preferiblemente con alguna cruz o imagen que nos recuerde la realidad sobrenatural. Cerramos un poco los ojos, respiramos tranquilamente y nos ponemos en presencia de Dios, luego rezamos una oración implorando las luces del Espíritu Santo.
Entonces, elegimos lo que vamos a meditar. Si aún somos principiantes en esta práctica, es más fácil elegir un pasaje de la Biblia o de una oración. Luego, con la práctica, puede ser un acontecimiento vital (una situación concreta de nuestra vida) que es efectivamente la meditación de la vida diaria que propone el Padre Kentenich.
Tres preguntas claves
El Padre Kentenich sugiere tres preguntas que son una excelente ayuda para desarrollar este encuentro con el Señor:
1. ¿Qué quiere decirme Dios con esto? (mediante este texto o este hecho o circunstancia)
2. ¿Qué me digo a mí mismo?
3. ¿Qué le respondo a Dios?
La pregunta más importante es esta última. En ella entramos en la oración meditativa. Cuando se habla de respuesta, no se trata necesariamente de una acción o de un propósito, sino de una respuesta de amor, una respuesta de corazón, hablando personalmente con el Señor. Expresamos nuestro amor de gratitud, de arrepentimiento, de petición. Terminamos la meditación con una oración de agradecimiento. Es conveniente anotar en un cuaderno personal lo que meditamos y lo que fue más importante para nosotros en la meditación.
Además de agradecer al Señor y a la Virgen la meditación (o pedir perdón si no lo hemos hecho bien), a veces podemos concluir con alguna intención o propósito que esté en consonancia con lo meditado. Así, poco a poco, dedicando unos momentos al día a la meditación, aumentaremos nuestro amor y nuestra vinculación a nuestro Padre Celestial que nos ama con un amor infinito.