Un profeta es aquel que no se detiene, que tiene un corazón inquieto, es atrevido, porque ve cosas que otros no ven, ve a Dios donde nadie lo puede ver, ama a Dios donde nadie puede amar.
El Papa Francisco nos llama la atención sobre la «incomprensión y el rechazo que tuvo que sufrir el Padre Kentenich». Según él, «es el signo de los profetas». En esta perspectiva, en preparación a Pentecostés, miremos a nuestro fundador como profeta para la sociedad y el mundo, como indica el Papa, porque queremos ser «fuego de su fuego, alma de su alma».
El Padre fundador es este profeta que nos envía como constructores de una nueva tierra mariana. De manera conmovedora, vivió el don de la profecía y, asimismo, quiere que sus hijos vivan este don hoy, aquí y ahora. El don y la misión de ser profeta le son dados a cada uno por el Espíritu Santo en el día del Bautismo. Por eso, todo bautizado está llamado a ejercer su misión de profeta en nuestro tiempo.
¿Profeta? ¿Yo?
El Papa Francisco dice:
«La Iglesia tiene necesidad de profetas. Y yo iría más allá: necesita que todos seamos profetas. No críticos, esto es otra cosa. El profeta es aquel que reza, mira a Dios, mira a su pueblo, siente dolor cuando el pueblo se equivoca, llora -es capaz de llorar por el pueblo- pero también es capaz de arriesgar su propio pellejo para decir la verdad» (homilía de la mañana, 17 de abril 2018).
Un profeta no es aquel que predice el futuro, que prevé cosas que nadie conoce, cosas que aún están por suceder. Un profeta es aquel que sabe interpretar la voz de Dios a través de los acontecimientos, de las personas, de las pequeñas cosas de la vida cotidiana. El profeta sabe cómo entrar en contacto con Dios, cómo escuchar su voz y al mismo tiempo responder a esa voz mediante un testimonio auténtico. Responder con acciones concretas, capaces de hacer que este mundo sea cada vez mejor, a partir de su pequeño círculo familiar, de su trabajo, en el espacio donde vive.
Estar unidos a María
Ser profeta para este tiempo es una misión que depende esencialmente de la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Como en el Cenáculo, es importante estar muy cerca de María. Ella es capaz de abrir nuestros corazones al Espíritu, implora su presencia divina en cada alma, como vemos en Pentecostés. María reunió a los temerosos, asustados y confundidos apóstoles para rezar al Señor. Orar significa abrir el corazón y esto lo hizo la Madre de Dios en la pequeña comunidad reunida en el Cenáculo. Ella los condujo a Dios, les ayudó a abrir sus corazones, a confiar en que Dios es Padre y que nos envía el Espíritu Santo que Jesús había prometido.
Cuando sellamos una Alianza de Amor con la Virgen, le confiamos nuestros corazoncitos. Le decimos que siempre queremos estar en el Cenáculo, nuestro sencillo Santuario. Allí queremos estar con ella, queremos abrirnos a la acción del Espíritu Santo. Allí le rogamos que interceda el Espíritu sobre nosotros, para que nos dé los dones para vivir las enseñanzas de Jesús, para ser profetas día a día.
Ve y construye la nueva tierra
María quiere formar aquí una nueva tierra mariana, y lo hace a través de nosotros, implorando al Espíritu en nuestra alma. Así como los primeros apóstoles anunciaron a Jesús con alegría, con entusiasmo, lo anunciaron con palabras, con acciones y con el testimonio de su vida, así también la Virgen quiere hacer con nosotros. Con nuestra autoeducación y con la fuerza del Espíritu Santo, podemos ser apóstoles, personas que saben confiar, que saben creer.
Estamos viviendo una situación en nuestro país que necesita de personas que se entusiasmen, que crean en la fuerza del bien, que crean en la victoria de Dios, que se pongan en camino para hacer este nuevo Brasil, para hacer esta nueva tierra mariana. Por tanto, pidamos al Espíritu Santo, pidamos a la Virgen que le suplique con nosotros y, al mismo tiempo, pongámonos, como los apóstoles, junto a María en oración.
El Padre José Kentenich dice:
«el Espíritu Santo desciende del cielo a la tierra para realizar una nueva creación espiritual y moral. La vida espiritual y moral de cada uno de nosotros debe ser renovada. Reconocemos esta verdad y pedimos que se confirme en nosotros cada vez que juntamos las manos y pedimos: ‘Emitte Spiritum tuum et creabuntur’ (Envía tu Espíritu y todo será creado). Toda la faz de la tierra debe ser nueva, debe ser renovada por el Espíritu Santo».
Mirar, escuchar, vivir como profeta
Que el Pentecostés de este año nos ayude a ser personas de acción. Un profeta es aquel que no se detiene, un profeta tiene un corazón inquieto, un profeta es audaz, porque ve cosas que otros no ven, ve a Dios donde nadie lo puede ver, ama a Dios donde nadie puede amar. Que la Mater nos conceda esta gracia y que cada uno de nosotros se convierta realmente en un pequeño profeta que vive su Alianza de Amor con entusiasmo, que vive su vida cotidiana confiando en la fuerza del Espíritu Santo que habita en nosotros. Que nuestra fe no vacile nunca: somos el templo del Espíritu Santo, dejemos que actúe en nosotros.
A través de la autoeducación, dejamos de lado todo lo que pueda obstaculizar la acción de lo divino. Entonces seremos pequeños profetas, seremos personas de amor, entusiastas, alegres, marianos, que van por este mundo dando testimonio de Jesús, difundiendo el amor, la paz y la alegría para que se forme aquí una nueva tierra.
Fuente: www.schoenstatt.org.br