Hermana. M. Anrika Dold

La hermana M. Anrika Dold relata sus vivencias tras las inundaciones en Ahrweiler.

“Era alrededor de las 13:30” cuenta “y apenas llegamos, un joven ciclista nos condujo hacia la tienda de refugio y otro señor muy amablemente nos ofreció un sitio para dejar nuestro automóvil. Tenía una panadería allí.

Llevábamos escobas, trapeadores y cubetas que en menos de una hora se habían agotado. Pronto nos dimos cuenta de la gran necesidad que había en todo el lugar. Los cubos se acabaron en una hora y por la tarde ya no había escobas, sólo había algunas trapeadoras.

Al llegar a la tienda de campaña, el coordinador del sitio nos orientó y vimos cómo diferentes donativos llegaban al lugar: había bultos grandes y pequeños, paquetes de agua, comida, ropa, zapatos y algunos artículos de aseo personal. Incluso la compañía de Telecom había donado algunos teléfonos móviles y baterías portátiles.

Nuestro coordinador, que había sido dueño de una florería, la cual fuera destruída, era responsable por definir qué objetos y donativos se recibían y los que se rechazaban. Decía que era mejor colaborar en este lugar que andar deambulando por la casa. Y desde temprano hasta tarde a la noche, eso es lo que hacía, sin disfrutar de un verdadero descanso.

La Virgen Peregrina nos acompañaba

Así como en las bodas de Caná, la madre de Jesús también se encontraba en este lugar. Al llegar, simplemente coloqué mis pertenencias en una esquina de la tienda. Una mujer nos regaló una rosa que puse junto a una imagen de la Mater mientras pensaba: “Esta rosa es para ti. Una flor para María”, y ella nos acompañó durante la jornada, donde vivimos muchas experiencias de apertura y gratitud al conversar con las personas que habían sido afectadas por la inundación.

 

Por ejemplo, un hombre que entró a la tienda con su esposa embarazada y su madre. La señora nos dijo que apenas había llegado a casa cuando el desastre comenzó y que su hijo pudo ayudar a su esposa a escapar hasta el piso más alto de la casa pero no pudieron salir de ella porque el agua había entrado de forma repentina, bloqueando todas las salidas. Nos dijo que a partir de entonces se quedarían con sus suegros y de inmediato pensé en la imagen de un refugio y mientras hablábamos al respecto pensé la bendición que era en ese momento, el tener un sitio para quedarse.

 

Nuestra Madre entiende todo sufrimiento

Había también una pareja mayor sentada en unas sillas frente a la tienda. El señor, a la sombra, nos contaba con lágrimas en sus ojos, cómo había vivido muchas dificultades a lo largo de su vida, y nos relató la forma en que había perdido a sus padres a los siete años.

Su esposa nos preguntó sobre la comunidad a la que pertenecíamos, ya que no había escuchado antes sobre las Hermanas de María de Schoenstatt. Entonces les mostré una pequeña estampa de la MTA y dije “esta es nuestra imagen de gracia” y les dije: “La Madre de Dios comprende el sufrimiento”, mientras le regalaba la imagen a la señora. El señor la guardó en su billetera con reverencia mientras decía que “una cruz aún cuelga en nuestro sótano, mientras lo demás quedó perdido. La conservaré, porque no podría rechazar una cruz aun cuando no soy fiel seguidor de la Iglesia. Mi pastor me explicó la diferencia: Está Dios y Jesús, y está por otro lado, la Iglesia”. Luego añadió: “Dios está con nosotros ahora, en toda la gente que nos ayuda. Puedo decir que Él nunca nos abandona”.

Otra experiencia fue encontrarnos con un hombre en la tienda que apenas hablaba, y con voz vacilante nos contaba dónde se estaba quedando tras la inundación: la familia de su hija lo acogió y la manera en que ellos lo cuidaron, lo conmovió; después nos contó sobre todo aquello que había logrado durante su vida, sobre su esposa enferma, que había fallecido cinco años atrás, y cómo él cuidó de ella por cuarenta años a pesar de que todos decían que debía separarse de ella. De nuevo, las lágrimas brotaban de sus ojos y así él también recibió con agrado una pequeña imagen de la MTA.

Una mujer que pasaba nos contó que recién ese día se enteró de que sus dos hijos seguían con vida. Dijo, mientras se secaba las lágrimas, que hasta ese momento, no había tenido contacto con ellos. Con devoción, puso la estampita de la MTA dentro de su cartera y nos agradeció por ello.

Ese día el tiempo pasó volando, y para el atardecer, me encontraba realmente exhausta, pero aún hicimos un último recorrido por la ciudad. Tomamos con nosotros pequeños regalos que un grupo del kínder nos había dejado en el stand. Eran bolsas de papel decoradas con juguetes y dulces para los demás niños. No habíamos recorrido ni cien metros cuando logramos ver unas cuantas personas con quienes comenzamos a hablar, y había unos niños a quienes les dimos los regalos. Incluso dos chicas jóvenes bromearon sobre los “niños grandes” y también recibieron un obsequio. Fue una sensación familiar, como si ya nos hubiéramos conocido mucho antes.

 

 

Y fue como si nos conocieramos desde siempre

Mientras platicábamos, nos  explicaron que trabajaban en la panadería y un joven dijo que al inicio del año había heredado el negocio de su padre y ahora todo estaba en ruinas. La panadería entera había desaparecido. Luego nos invitó a pasar: “¿Quieren entrar? Son bienvenidas” dijo. Aceptamos su invitación y miramos alrededor donde aún se apreciaba la devastación incluso cuando la mayor parte del lodo había sido removida. Pero todos se mantenían juntos tratando de darse ánimo. Entonces el maestro panadero entró con su esposa y cuando me miró me dijo “¡Ya nos habíamos conocido!”.

Era el mismo señor amistoso que en la mañana nos había prestado su espacio de estacionamiento.

Están simplemente ahí y trabajan.

Esta es mi impresión general: en medio del desastre hay mucha más esperanza. Esta podía apreciarse en la entrega de la gente que acudía en auxilio de los demás. Tanta era la solidaridad que hasta un documental de la ZDF lo mencionó: “Quizá sea verdad, que los tiempos difíciles sacan lo mejor de nosotros”.

Alrededor de las 20:00 horas volvimos a casa. Llevamos con nosotras las imágenes de devastación y el destino de las personas pero también la certeza de que fue importante que estuviéramos ahí, que la Iglesia se hiciera presente porque ¿Dónde más podríamos estar que no sea en compañía de las personas?

Traducción: Pablo Arias, Querétaro, México