En medio de la Segunda Guerra Mundial, las Hermanas en Nueva Helvecia, Uruguay, se aventuraron a construir el primer Santuario Filial de Schoenstatt. No pudieron consultar a la dirección de la Comunidad, ni al P. Kentenich. Siguieron la voz del alma, y la Mater tuvo su Santuario en Uruguay. Al enterarse el P. Kentenich en el campo de concentración confirmó una vez más que la fe práctica en la divina Providencia es el camino de Dios.
Peñascos en el camino pueden servir como piedras de construcción
Un puñado de Hermanas de María, misioneras -la mayoría de ellas no había cumplido 30 años- se encuentran fundando Schoenstatt en Sudamérica. Habiendo dejado su patria unos años antes han perdido toda comunicación con la central de Schoenstatt por el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Habían viajado al hemisferio Sur pocos meses después de la toma del poder del partido Nazi en Alemania sin tener preparación profesional, tampoco habían podido aprender el español antes de embarcarse. Luego de haberse instalado en 1935 en la Argentina, en 1937, algunas de ellas siguieron camino hacia el Uruguay.
Se trataba de anunciar un mensaje novedoso: la presencia muy cercana de María que se hace casi palpable en el Santuario de Schoenstatt, Alemania. Pero, ¿cercana?, ¿a 11.000 kilómetros?
Esa piedra en el camino, fue tomada como material de construcción. Y nada las detuvo.
La decisión
En los oídos de las misioneras resonaban las canciones que solían cantar en el Santuario Original. Habían quedado impresas en su alma. Una de ellas expresaba, refiriéndose a Schoenstatt: “Solo hay un Santuario…”
¿No sería infidelidad al origen, construir una réplica de la capilla de gracias original? ¿No era un proyecto descabellado -y hasta poco honrado- levantar un nuevo edificio siendo que todavía estaban endeudadas por el hermoso colegio de dos plantas recién construido?
Imposible consultar con la dirección de la comunidad, la situación de guerra lo impedía. Y menos todavía con el fundador, el P. Kentenich, quien se encontraba en el campo de concentración.
¿Qué futuro podría tener ese trabajo misionero sabiendo que Alemania estaba fuertemente comprometida con el conflicto político y que el fundador había caído en manos de un gobierno que buscaba aniquilar a los líderes católicos y que en un documento emanado de Berlín, había declarado al P. Kentenich como “enemigo número 1 del Estado”?
No menor era la preocupación por los propios familiares, muchos de ellos en el frente de batalla. Por ser una fundación reciente no contaba con estatutos o constituciones que orientaran la decisión. Sobraban los motivos para desistir del proyecto. ¿Cuál fue entonces el elemento que giró la aguja hacia el lado opuesto?
Una fe práctica y una audacia en alto grado
Las voces de Dios se hicieron “gritos”, justamente en la situación límite que vivían.
La voz del tiempo arreciaba con el avance de violencia, de pobreza e incertidumbre que provocaba la guerra en el hemisferio norte pero incidía directamente en la situación de la pequeña comunidad de misioneras.
La voz del ser les indicaba que no hay Schoenstatt sin santuario. La voz del alma quedaba siempre silenciosa, en el fondo, pero en el momento de la decisión irrumpió con toda su fuerza, una certeza profética indicaba: Dios lo quiere, debemos construir el santuario aquí y ahora.
La Hermana M. Klara Sauter, una pieza clave en la jugada
Ya antes de partir hacia el Uruguay, en 1938, la Hna. M. Klara estaba convencida de que también en tierras de misión debería construirse un santuario. Ella se puso en campaña para que el rector del Santuario Original, hasta ese momento, el único, el Padre Kolb le permitiera copiar uno de los últimos planos del Santuario y que la sacristana le hiciera un dibujo exacto del marco de luz que rodea la imagen de gracias y de las ventanas. Acopió también un trozo de madera del primer altar del Santuario Original, las pocas fotos que en aquel tiempo se tenían de la capillita y llevó todos sus tesoros al Padre Kentenich. Él sonrió y bendijo todo, permaneciendo en silencio. Como en tantos otros momentos dejó libre curso a los planes de Dios.
Un Santuario especialmente conquistado por los niños
Eran muchas las familias del pueblo que enviaban sus hijos a la escuela de las Hermanas. En el trabajo preparatorio de la construcción se puso en primer plano la importancia del Capital de Gracias. Y fueron los niños que, día a día, depositaron sus propósitos, sus esfuerzos y alegrías, en la “alcancía” del Santuario.
También ellos organizaron rifas, campañas de ladrillos y junto a las familias promovieron kermesses para cristalizar el proyecto. Como Guardianes del Santuario se prepararon para consagrarse a María como sus “Hijos Predilectos”. Insignificancia de los instrumentos… se repiten las leyes que marcaron el año 1914.
Magnitud de las dificultades
Las paredes llegan casi a un metro de altura. Pero no hay más fondos. En el plano no se indica dónde van las ventanas. El arquitecto no sabe cómo proyectar ese tipo de techo, tampoco cómo armar el campanario. Cuentan solo con una imagen grande de la MTA, pero no coincide con el tamaño que necesitan.
Una tras otra, se van sorteando las dificultades. Todo el pueblo sabe que hay que aportar para que ese sueño se haga realidad. La Providencia hace lo suyo, particularmente cuando aparece un ebanista que está dispuesto a moldear el retablo a partir de las fotos con las que cuentan.
En la víspera de la bendición se trabaja febrilmente toda la noche y así amanece el 18 de octubre de 1943 como símbolo de una aurora para América y para todo el mundo.
Ahora sí, la Mater ter Admirabilis ocupa su trono y comienza su labor educadora y evangelizadora. ¡Por primera vez resuenan las palabras del Acta de Fundación en un Santuario fuera del Original! Recién en 1943 el fundador leyó en Dachau un informe de la construcción del Santuario y mucho más tarde llegó a manos de las Hermanas su mensaje tan esperado:
«A mi soledad llegó la noticia de que un nuevo Santuario ha sido bendecido. Que la Madre de Dios bendiga a todos los que se encuentren con Ella en este Santuario, que los transforme en hombres y mujeres nuevos, y los cobije cálidamente en su corazón. Que de todos ellos haga apóstoles ardientes que sin desfallecer realicen los deseos de Dios.”
Ahora sí la magna empresa recibió su sello de aprobación. De este modo, como embarcación pronta, pudo hacerse a la mar.
El éxito llegó, llega y seguirá llegando
La audacia, la entrega, traen aparejados ecos en otras tierras. Ya en 1948 se bendice el segundo Santuario Filial en Brasil, el tercero en Chile, el cuarto en Sudáfrica, ambos en 1949. A partir de entonces repite el fundador, una y otra vez: “Sin Santuario no hacemos nada”.
Solo Dios puede escrutar el tiempo, los corazones y aquilatar la magnitud de portentos realizados. Ella es sin duda la gran Misionera, la gran Evangelizadora, Ella no cesa de obrar milagros.
La Madre aviva nuestro ardor misionero
En la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium el Santo Padre Francisco implora a María que nos ayude “a decir nuestro «sí» ante la urgencia, más imperiosa que nunca, de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús”. Que nos conceda “un nuevo ardor de resucitados, (…) la santa audacia de buscar nuevos caminos para que llegue a todos el don de la belleza que no se apaga”.
Esa Madre ha trabajado sin descanso durante 80 años, desde que descendió a Nueva Helvecia, Uruguay. Junto con ella también volvemos la mirada a estas mujeres osadas, que supieron captar el susurro del Espíritu y no cejaron hasta convertir su certeza profética en realidad, acelerando de un modo original y altamente efectivo, una nueva evangelización en todo el mundo.