Echemos una mirada no sólo a la historia de la Familia, sino también a la historia de la Iglesia. Allí encontramos comunidades que han hecho de la vida contemplativa su meta permanente, el contenido constante de su vida. Y esta vida contemplativa tiene su contrapartida en la vida activa. La unión de ambas constituye el estilo de vida apostólico.

¿A qué corriente de vida pertenecemos en conjunto? He aquí la respuesta: a la corriente del estilo de vida apostólico, que presenta una unión de vida contemplativa y activa. Escuchad con más precisión: por tanto, quienes se dedican a una intensa actividad apostólica, a causa de la corriente a la que han ofrecido su amor y su nombre, tratan también de cultivar la vida contemplativa, esforzándose por la estabilidad de sus raíces, por la solidez del terreno de la acción externa.

Es decir: esforzándose por una unión y comunión de amor con el Amor Eterno, unión que cultivan y cultivarán continuamente. Y a la inversa: Los que cultivan la vida contemplativa, al menos el círculo externo, que por tanto no se dedica a tiempo completo a la Adoración, este grupo puede dedicarse también al apostolado. Así que puedes ver cómo estas dos corrientes fluyen la una en la otra. Ambas son importantes, ambas son necesarias, y ambas confluyen en el estilo de vida apostólico. Cada una tiene algo que decir y que ofrecer a la otra. Con el tiempo, ninguna puede sobrevivir sanamente sin la otra. Los dominicos enfatizaron lo que quiero decir en su lema: Contemplata aliis tradere (transmitir a otros lo que se contempla).

Las riquezas adquiridas en la contemplación profunda y en el cultivo profundo de la vida interior deben ponerse plenamente a disposición del prójimo mediante la acción apostólica.