Hace 60 años, ocurrió un momento singular en la historia de Schoenstatt: el P. José Kentenich se reunió con el Papa Pablo VI, después de 14 años de exilio. Esta audiencia fue interpretada como un gesto de confirmación y aprobación al Fundador y al Movimiento que había surgido de su carisma.
El 22 de diciembre de 1965 pasó a la historia como un día de victoria, después de tantas luchas, pero también como un nuevo comienzo en la misión, en la que el Movimiento se pone al servicio de la «Iglesia de las nuevas playas».
A continuación, podemos leer un texto en el que nuestro Padre y Fundador cuenta cómo fue ese encuentro con el Papa. El texto es de enero de 1966, de una conferencia para los sacerdotes diocesanos de Schoenstatt de la Diócesis de Münster.
Así lo cuenta el P. José Kentenich:
Quería relatarles algo sobre la audiencia […]. Yo mismo tenía ciertamente la intención de solicitar una audiencia privada con el Papa. Pero todavía no, porque todo había transcurrido normalmente, ¿no? Una audiencia sólo tenía sentido para mí si estaba ligada a un debate en torno de los principios. Pero todas las instancias mencionadas y muchas otras (incluso la Secretaría de Estado), que antes me habían proscrito y demonizado, ahora tenían un grandísimo interés en que yo tuviera una audiencia con el Papa. No moví ni un dedo para ello, ni en el primer ni en el segundo caso. Vale decir que sucedió sin intervención de mi voluntad (no quiero decir contra mi voluntad). Por lo tanto, es evidente que habían actuado otros poderes. Poderes humanos concretos, sin duda; pero también poderes divinos.
Se pensó pues lo siguiente. En razón de la situación reinante en Roma se dijo: Es imposible que el Papa conceda una audiencia privada antes del 29. Una audiencia particular era lo único posible en esa situación.
Entonces, era el 22 de diciembre, había una audiencia con el Papa. Todas las instancias se habían esforzado por conseguir lugar en esa audiencia. En todo caso, lo único que era posible era una audiencia particular y no una audiencia privada con el Papa.
Quizás ustedes estén tan poco informados sobre todos esos misterios como yo lo estaba hasta ese momento. Es un mundo en sí mismo… el mundo diplomático es un mundo distinto del que conocemos; un mundo con sus propias leyes, pesos y medidas.
Así pues, habría audiencia el 22 de diciembre. Hay audiencias masivas, audiencias privadas (se está privatim con el Papa), audiencias especiales (un grupo mayor o menor que luego tiene una audiencia), y una audiencia particular. Lo único posible era, en ese caso, una audiencia particular.
En el fondo estaba la idea de la Congregación para los Religiosos: En Navidad podremos comprobar cómo reacciona el episcopado, cuando la paloma vuele hacia allí.
Observen pues: benevolencia tras benevolencia. No era como si allí hubiera un desterrado o delincuente cualquiera. Lo único posible en esa situación era una audiencia particular. Yo no sabía lo que era eso ni cómo se desarrollaba. Me propuse entonces hacer lo que los demás hacían. Se nos reunió en la sala de audiencia. Yo esperaba que fuésemos un número exiguo de personas. Pero estimo que éramos unos 75. La audiencia particular es una audiencia para hombres y mujeres que se han hecho meritorios en el servicio a la Iglesia, y por eso reciben el especial reconocimiento del Papa. Y entre ellos estaba ahora el hasta entonces “delincuente”.
No les relataré ahora todos los detalles de cómo se desarrolló el encuentro. Yo tenía un puesto en las primeras filas. Imagínense: Todo se realiza con exactitud, prescrito por el ceremonial. Asiento en las primeras filas. Apenas estuve en mi asiento, viene uno de los gentileshombres del Papa y me pide que me siente en el fondo. ¡Fuera de la primera fila! Poco después de haberme sentado en un costado, vino uno de los monseñores que estaban junto al trono (Monseñor Wüstenberg, conocido por mí), y saludándome solemnemente me preguntó cómo estaba y cosas por el estilo. Vale decir que se interrumpió por completo todo el ceremonial oficial. Le dije: Tengo que ir al fondo. Sí, me respondió, es por lo siguiente: el Papa quiere decirle algo especial y privado. Y agregó: Dado que el Papa no domina el alemán, lo hará posiblemente en latín. No pasó mucho tiempo y vino el otro señor, el que seguramente ven en la fotografía, Taccoli, el ayudante de cámara, quien mantuvo informado al Papa sobre nosotros, en tres papados. Había un gran número (también estaba el Nuncio Bafile, de aquí, ¡cuánto ha hecho él por nosotros!). Es un mundo en sí mismo. Hablando humanamente, todo eso no habría sido posible si en lo oculto no se hubiera puesto en movimiento toda la maquinaria de la diplomacia. Pero no olviden que de mi parte yo no moví ni un solo dedo por estas cosas. Mi pensamiento era demasiado recto para ello. No lo impedí, pero tampoco lo fomenté.
Pues bien, las personas fueron pasando, una detrás de otra, muy sencillamente, de modo distinto del que yo me había imaginado. Se dirigían al trono, se arrodillaban, besaban el anillo, recibían la bendición y se retiraban. Pasó que cuando se conformó un pequeño grupo (aparentemente dominicos, unos cuatro o seis), se arrodillaron juntos y el encuentro duró un poco más. Se cruzaban palabras. La ceremonia se desarrollaba muy rápidamente: uno, dos tres, un rostro amable de parte de unos y otros, recepción de la bendición, nuevamente rostros amables y fin del encuentro. Ése era el reconocimiento solemne por méritos cosechados en el servicio a la Iglesia.

Al final estaba yo absolutamente solo en medio de la gran sala. El Papa sentado allí. A su alrededor, los dignatarios que lo acompañaban para, dado el caso, oficiar de intérpretes o también dar un tono más solemne aún al evento. Me arrodillé, besé el anillo. Ahí estaba yo con mi valijita (lo recuerdan). Lo ven en la foto. No muy abatido, no muy quebrantado, sino sencillamente tal como yo soy, ¿verdad?: sencillo y libre. Por eso también la fotografía tiene un significado especial: no fue una fotografía oficial. Las fotos que he visto de ocasiones similares siempre son así: El Papa posa y los otros también posan. En cambio, esta otra foto fue tomada con total espontaneidad…
La foto me parece muy hermosa cuando se la contempla. Cuando se conoce los trasfondos… fue realmente una finalización muy original de una época de lucha tremendamente intensa, cargada de tensión y cuajada de peligros.
Vuelvo a recordarles cuánto se había rezado a lo largo de esos años para que el Papa tuviera una “visión de Schoenstatt” (éste es sólo un término técnico), un panorama cabal de Schoenstatt. Y lo tuvo. La audiencia fue efectivamente el fruto de innumerables oraciones que se venían haciendo desde hacía décadas.
El Papa me preguntó muy amablemente: ¿En qué idioma? Mi respuesta fue que en latín, ¿verdad? En primer lugar, porque yo me había dispuesto a ello; y, en segundo lugar, porque era evidente, ya que él tenía dificultades para hablar alemán. Pero yo no sabía qué seguiría después. Él se volvió y se hizo entregar en manos un papel con un texto relativamente extenso. Ustedes ven el papel en la foto. Estaba en alemán. Lo leyó entonces solemnemente como si fuera una encíclica… Lo escuché atentamente, parado allí. Si tuviera que reproducirles algo del discurso, sería muy poco lo que podría decirles. ¿Saben por qué? Porque era una única alabanza. Imagínense cuán poco receptivo soy hoy para alabanzas. Pero de todas maneras advertí lo siguiente: Esto es más que un elogio común. En ese contexto, donde todo se desarrollaba tan oficialmente, donde todo estaba pensado minuciosamente, eso era por cierto una extraordinaria legitimación, una rehabilitación.
Acabó la lectura. Entonces le contesté en latín. Fueron fundamentalmente tres pensamientos:
En primer lugar, le agradecía cordialmente, en nombre de Schoenstatt, por todo lo que durante su pontificado había hecho por Schoenstatt, sobre todo por haberme rehabilitado. Vale decir, fui muy claro. Les confieso que jamás habría aceptado una gracia. Perdónenme que se lo diga tan claramente. Así lo exige el honor de la Familia. Eso no tenía nada que ver con el otorgamiento de una gracia, sino que debía ser un acto jurídico oficial de rehabilitación.
Una vez que estas cosas se resolvieran así, y luego de que el Cardenal Ottaviani fuera el primero en saludarme por mi cumpleaños enviándome un telegrama (¡imagínense!), jamás pensé en devolverle el saludo haciéndole una visita, sino que me limité a agradecérselo por escrito. ¿Se dan cuenta de por qué? Tampoco le ofrecí jamás un regalo. Por lo común me apasiona regalar. Si ustedes desean algo de mí y yo tengo algo para dar, pueden obtener todo de mí. Pero no deben quererlo por un sentimiento de justicia, porque entonces no recibirían ni un solo centavo de mí. Por principio nunca hice eso. Sí por gratitud regalé cosas a personas que se comprometieron desinteresadamente por mi rehabilitación. Hubiera podido visitarlo recién después, cuando el Cardenal le confesó solemnemente a Taccoli (un gesto muy hermoso) que le apenaba sinceramente que él, sin haber manchado su conciencia subjetiva, hubiese sido instrumento para hacerme una terrible injusticia durante años. Pero el caso estaba ya cerrado. Existe también un sano sentimiento de justicia. Uno no está sólo como individuo aislado, sino como representante de una Familia.
En segundo lugar, le prometí al Papa, en nombre de toda la Familia, que me comprometería junto con la Familia para realizar de la manera más perfecta posible la misión posconciliar de la Iglesia. Entonces comenzó un intercambio de opiniones. Vale decir, yo agregué a propósito: sub tutela matris ecclesiae, bajo la protección de la Santísima Virgen como Madre de la Iglesia. Aparentemente era su idea predilecta. Dijo entonces: Sí, sí, matre ecclesia. No –le respondí– no, no: Sub tutela matris ecclesiae. Sí –contestó–, usted tiene razón.
Y lo tercero: Para ratificación y perpetuación de esa promesa quería entregarle el cáliz (conocen el cáliz) como regalo para la nueva iglesia proyectada, que tendría el título “Matri Ecclesia”. Y agregué: A matre ecclesia, in matre ecclesia et pro matre ecclesia.
Pero la audiencia aún no concluía. Advierten entonces que, comparado con todo lo demás que había ocurrido, era algo muy fuera de lo común. Cuando le alcancé el cáliz… Los Prelados que lo rodeaban se acercaron también, presurosos, para ver el cáliz. Naturalmente interpreté eso también como un gesto diplomático. Pero, sea como fuere, en el marco de la totalidad tenía un sentido profundo… comenzó entonces a hablar, pero en voz muy baja, diciendo que yo conocía al Obispo Manziana. Era su amigo, un italiano. Estuvo en Dachau. Yo por entonces le había salvado la vida. Cuando volví de Dachau y me proponía comenzar mis viajes [internacionales], en esa época para un alemán era imposible trasponer la frontera alemana. Por entonces Manziana consiguió de Montini (más tarde Pablo VI) un pasaporte diplomático, y así pude realizar mis viajes al extranjero.
Sí, le respondí, lo conozco bien. El Papa dijo que él solía contar cosas muy elogiosas de mí. Y entonces expuso todo en particular. Y así finalizó la audiencia. Luego se me acompañó hacia afuera, como el último. Afuera me esperaban muchos.
La audiencia fue el 22 de diciembre. El 23 de diciembre, el Cardenal Antoniutti tuvo una audiencia privada con el Papa. Volvió, me llamó (muy amablemente, no mediante interpósita persona sino directamente por teléfono) y me comunicó que había tenido una audiencia con el Papa y que prestara atención: El Papa me daba permiso para viajar a Alemania. Vale decir, por disposición directa y personal del Papa quedaba abolida la única restricción que aún seguía vigente por razones tácticas. Yo podía entonces viajar, pero recordando que estaba subordinado al obispo de Münster. Fue nuevamente un recurso diplomático habitual. Querían delegarles la responsabilidad a otras autoridades. Por lo tanto, yo debía solucionar mis asuntos subordinado al obispo de Münster. Y después podría volver a Roma. Y como no me gusta tener mucho que ver con cuestiones diplomáticas, le pregunté enseguida: ¿Podía o debía volver? Pero en ese mismo momento pensé lo siguiente: Tienes que hablar diplomáticamente; y como él no me había entendido, agregué de inmediato: Sí, sí, vuelvo ocho días después de la fiesta, de la fiesta de Epifanía.
De esa manera quedó concluido el asunto. ¿Ya lo saben ahora? Esto debía ser para ustedes una pequeña recreación. De lo contrario les habría expuesto todo de manera mucho más sistemática.


