Dachau – Nueva Helvecia
En sus primeras visitas a Sudamérica, particularmente en Nueva Helvecia, luego de contemplar asombrado la similitud el santuario recientemente construido con el original, el Padre Kentenich contó lo que ocurríó en Dachau, paralelamente a la construcción del Primer Santuario Filial. Al campo de concentración llegaban sacerdotes de diferentes naciones: franceses, polacos, holandeses, belgas, checos, etc. A quienes tenían interés, se les fue abriendo el mundo de Schoenstatt.
Pero había una traba insalvable. Se trataba de un Movimiento originado en Alemania, el país que los había separado de su patria, que los tenía presos en situaciones deplorables sin razón de peso alguna. ¿Cómo vincularse a una capillita ubicada justamente en ese país tan hostil hacia ellos?
Un francés creyó encontrar la solución diciendo que Schoenstatt no estaba en Alemania, sino en el mundo. Pero esta verdad abstracta no les convenció.
Y es entonces cuando, a través de un informe enviado desde Uruguay, pasando por Suiza para llegar finalmente en forma clandestina a Dachau, se enteran de lo sucedido en Nueva Helvecia.
El informe detallaba cómo el pueblo se nucleaba más y más en torno al pequeño Santuario. Con este testimonio, relataba el P. Kentenich, todos los cuestionamientos llegaron a un buen desenlace y Schoenstatt arraigó en los corazones de aquellos sacerdotes.
De ese modo, esos grupos de sacerdotes sellaron su Alianza de Amor con la MTA en 1944. De ahí que el P. Kentenich rezara: “Por entonces éramos sólo un pequeño círculo. Más tarde, para honra tuya, de año en año nos extendimos hacia otras nobles naciones, que conviven aquí estrechamente con nosotros” (Hacia el Padre, estrofa 543).
Efectivamente el poder mostrar un Santuario Filial ubicado fuera de Alemania fue una carta maestra para abrir la esclusa que no dejaba fluir la gracia al resto del mundo.
Unidad en la diversidad
Uno de los temas favoritos del Papa Francisco es la convergencia en medio de las tensiones, la estrecha complementación entre los distintos, la consideración de cada cultura, de cada grupo humano. “La Iglesia, enviada a todo el mundo a testimoniar, a ‘sembrar’ una fraternidad universal, respeta y promueve la dimensión local con sus múltiples riquezas” (13.10.’21).
¿Quién no ha gustado el sabor propio de un Santuario local? Cuando uno visita otras localidades se asombra por ver detalles que realzan la belleza del Santuario, que dan un tinte original a la misma capillita que encontramos en todo el mundo. Son las riquezas que cada cultura expresa de mil modos.
Al mismo tiempo sabemos también que al llegar a un lugar desconocido o lejano experimentamos una sensación única al ingresar en un Santuario. ¡Hemos llegado a casa! En nuestro interior todo se tranquiliza y se acomoda.
Años atrás me contaron una anécdota muy ilustrativa. Una familia chilena, con niños pequeños viajó a Alemania. No hablaban el idioma alemán, tampoco tenían conocidos que les dieran la bienvenida. Como formaban parte de la Familia de Schoenstatt no dudaron de pasar por el Santuario Original. No bien entraron allí se oyó la vocecita de la más pequeña, que tenía aproximadamente tres años, que mientras señalaba la imagen de la MTA, exclamó: ¡Mamá, Chile!
Esa niña ya no estaba en el extranjero, estaba en su patria, en su tierra, segura y cobijada.
Es la experiencia del cobijamiento que tanto necesita cada persona en cualquier lugar en el que se encuentre.
El Santuario Filial asegura la fidelidad al origen, al carisma original que nos es dado a custodiar a todos los miembros de la gran Familia, y al mismo tiempo potencia la fuerza de cada hijo, que ofrece su aporte y enriquece el todo.
El misterio del fluir de la gracia
Cuando las primeras misioneras deliberaban sobre la posibilidad de construir el Santuario tuvieron que pensar qué ocurría con el capital de gracias que es parte formal de la construcción. Ellas pensaron e intercambiaron largamente sobre el tema y finalmente lo expresaron así: la corriente del Santuario Original fluye hacia el Santuario Filial y por nuestros aportes al capital de gracias, vuelve enriquecida a la fuente, a la capillita del Valle de Schoenstatt.
Es interesante que el mismo fundador lo corroboró al llegar y más tarde lo expresó de este modo:
“Allí donde surge un Santuario filial, el torrente irrumpe con fuerza elemental, para derramar desde allí sus aguas portadoras de salvación y bendición en el más vasto entorno, pero recogiendo, al mismo tiempo, nuevos arroyos y ríos, tal como le llegan a través de las Alianzas de Amor allí selladas. Arroyos y ríos que él toma consigo para conducirlos finalmente de nuevo al Santuario Original” (Apuntes de la crónica 1955).
“Toda la Obra gestada es tanto obra de ustedes como mía” (P. Kentenich 11.08.’35).
Siempre este ha sido el orgullo de nuestro Fundador.
¿Qué sería de Schoenstatt sin el Jardín de María, sin la Campaña del Rosario de la Virgen Peregrina, sin tantas iniciativas nobles nacidas del corazón de los hijos?
Este es el caso de los Santuarios Filiales. Surgieron de la vida; la necesidad los soñó y los conquistó; y los tenemos.
Hoy contemplamos la red de santuarios en el mundo entero y nos parece lo más lógico. No era así en 1943. Fue arduo el discernimiento. El Espíritu Santo irrumpió en la oscuridad y fue así que las primeras misioneras arriesgaron la construcción sin poder consultar ni a Schoenstatt, ni al fundador.
Y por la envergadura de este paso que dio origen a un giro copernicano, el Padre Kentenich afirmó más tarde: “Junto al 20 de enero de 1942 no hay ningún hecho que haya influido tan poderosamente en la historia más reciente de la Familia, como la idea y la construcción de los Santuarios Filiales (…) Ellos debían llegar a ser puntos de apoyo para el reino de la Madre tres veces Admirable, desde donde ella, como Reina del Mundo, pudiese lanzar sus redes y llevar a cabo su misión de educadora” (El Secreto de la vitalidad de Schoenstatt, mayo 1952).
Cuando se celebraban los 25 años de sacerdocio del P. Kentenich él expresó a los presentes:
“Le pido a cada uno de ustedes que medite con sinceridad y humildad lo que ha surgido en la Familia gracias a la sangre de su corazón”.
¿No lo vuelve a decir hoy para cada uno de nosotros? ¿No hemos dejado caer en la tinaja del Santuario la sangre del corazón? ¿No somos responsables en algún aspecto del crecimiento de la Obra?
Y si no logramos encontrar nuestro aporte personal, nos viene en ayuda lo que agregó ese mismo día:
“En la eternidad sabremos cómo las almas más pequeñas y modestas de nuestra Familia la han enriquecido; sin su heroica vida de sacrificios y oración, no podríamos imaginarnos a la Familia y su espíritu, tal cual es hoy ese espíritu. ¡Sí; nada sin ustedes! (…) Yo, a modo de un maestro mayor de obra, construía con la ayuda de personas. Cuando advertía que se estaba gestando algo sano, me retiraba por completo, pensando que esa iniciativa habría de crecer sin mí” (11.08.’35).
Sí, realmente: nada sin ti, Madre; nada sin nosotros. Sólo en alianza avanza y crece la Obra.
Hacia los confines del mundo
La gracia del envío apostólico del Santuario Original nos trajo los Santuarios Filiales.
Esta misma gracia es la que nos impulsa a replicarlos sin descanso. Dios necesita arrimarse a la vida del hombre, acompasar su marcha, recoger sus lágrimas a través de la presencia fuerte de una Madre que no se cansa de buscar y consolar a sus hijos.
¡Ahora Schoenstatt avanza EN sus santuarios! Como gigantes en la estepa de los tiempos, como banderas flameantes en la geografía de todos los continentes, como capitales de la nueva evangelización, anclados en la tierra madre del Schoenstatt original, surgen ellos como seguro de una internacionalidad en la que nadie queda afuera, como seguro de la diversidad cultural que nos enriquece a todos.