En Schoenstatt estamos muy acostumbrados a rezar la oración de la pequeña consagración todos los días. Los días 18 de cada mes, es muy importante para nosotros renovar con especial devoción nuestra consagración a María, y lo hacemos rezando, ya sea particularmente o en la celebración de la renovación de la Alianza, la pequeña consagración y con ella nos entregamos nuevamente a María con todo lo que somos y tenemos.

Pero alguna vez nos hemos preguntado ¿de dónde viene esa oración?

Contexto histórico de la «Pequeña Consagración»

Muchas de las oraciones de devoción popular corresponden a tradiciones antiquísimas que se han conservado dentro de la Iglesia y cuyo origen habitualmente se desconoce, pero que han sido incorporadas y respetadas por el pueblo católico como propias. Es el caso de la Pequeña Consagración a María.

Esta oración, conocida también como «Oh, Señora mía», se cree que fue compuesta alrededor del siglo XVI. En ella se expresan algunos elementos básicos de la espiritualidad mariana.

Recordemos que en el siglo XVI, Europa se encuentra en la transición entre Edad Media y Renacimiento. El vasallaje era el modo típico de pertenencia a la sociedad. Todos los hombres y sus familias pertenecían a un señor. No se trataba de una pertenencia establecida por la ley, sino basada en lo que se llamaba vínculo de dependencia.

Este vínculo consistía fundamentalmente en una adhesión mutua entre señor y vasallo sobre la base de la fidelidad y el honor. El señor se comprometía a resguardar, proteger y alimentar a su vasallo, pues era componente de su hueste, y el vasallo, a su vez, se comprometía a no tener ni servir a nadie más que a su señor, al lado de quien debía luchar.

Esta forma de relación daba origen a una unión fraterno-filial, de dependencia y de solidaridad de destinos. De la suerte que corría uno dependía la del otro. Se establecía así una forma de alianza para protegerse y defenderse mutuamente. La forma más destacada de este vínculo entre señor y vasallo era el juramento de sangre, cuando eran de alta alcurnia, por el cual ambos se comprometían a entregar la vida el uno por el otro, si fuera necesario.

Oración oficial de las Congregaciones Marianas

Pequeña Consagración

Más tarde la Pequeña Consagración se convirtió en la oración oficial de las Congregaciones Marianas nacidas al amparo de la Compañía de Jesús. Es por este camino como llegó a Schoenstatt. Recordemos que en el origen de Schoenstatt está la fundación de la Congregación Mariana, dependiente de Ingolstadt, en Baviera.

También otras comunidades marianas en la Iglesia rezan a menudo la Pequeña Consagración, que está difundida ampliamente en el pueblo católico.

Nuestra vida de alianza según la Pequeña Consagración

Si rezamos la pequeña consagración todos los días, ésta debe tener un efecto en mi vida diaria. Al entregarme a María debo asemejarme cada vez más a ella.

Comenzamos nuestra oración llamando a María santísima: «Señora mía» y «Madre mía». Al decirle «Señora», reconocemos su realeza y su poder. Ella es nuestra Reina junto a Cristo Rey. Pero también es nuestra Madre, una Madre que tiene poder de Reina, porque el Señor lo ha puesto en sus manos, para que ella pueda cumplir la misión que Él le confió desde lo alto de la cruz. Es una Reina que es Madre, que está investida del poder del amor y de la misericordia.

La alianza de amor sellada con María, hace que la sintamos cercana, muy junto a nuestro corazón. Al decirle «Señora y Madre mía», sabemos que ella nos contempla con afecto materno y que, como respuesta, también nos dice: «Hijo mío, sí, yo soy tu Madre y tu Reina, y tú eres mi hijo querido, mi hija querida».

Como la amamos, brota de nuestro corazón un: «Yo me ofrezco todo a ti». Es una expresión espontánea de entrega.

El amor no se contenta con entregar una parte, solo algo de lo propio. El amor verdadero entrega todo, se ofrece y se regala por entero.

Tres verbos

Por último, tres verbos. Le pedimos a María tres cosas: que nos cuide, que nos defienda y que nos utilice. No dudamos un instante que nos guarda y nos cuida, y que nos defiende a cada momento de toda dificultad. Y el tercer verbo es el que nos da vuelo, un vuelo de libertad y dignidad, porque le pedimos a nuestra Madre, que utilice a este pequeño instrumento que somos cada uno de nosotros, para sus pequeñas y grandes conquistas. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, nos sentimos como sus instrumentos, para en cada detalle, cambiar nuestro corazón, nuestra familia, nuestro entorno, y así ser instrumentos para cambiar el mundo. ¿Qué más podemos pedir, que ser instrumentos para la misión más grande del universo?

Y ahora te invito a rezar la pequeña consagración con una profunda conciencia de su significado.

Oh Señora Mía, oh Madre mía,

yo me ofrezco todo a ti,

y en prueba de mi filial afecto,

te consagro en este día

mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón;

en una palabra todo mi ser.

Ya que soy todo tuyo, oh Madre de bondad,

guárdame, defiéndeme y utilízame

como instrumento y posesión tuya,

Amén.

Fuente: La Alianza de Amor con Maria, Padre Rafael Fernández, Editorial Patris