¿Quién conoce hoy en día el profundo significado de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María? Y, sin embargo, en ella se encuentra una clave para comprender la condición humana y la fasci-nante capacidad de amar que nos caracteriza. Entre “Inmaculada” y “amar en plenitud” hay mucha más sintonía de lo que se podría suponer a simple vista.
María Inmaculada – Ícono de lo auténticamente humano
Nuestra humanidad está determinada por haber sido creados a imagen y semejanza de Dios y, por lo tanto, está determinada por el Amor. De ahí que seamos cuerpo traspasado de alma, y alma que se expresa en el cuerpo. Ambos, cuerpo y alma, creados para amar y ser amados. Pero el pecado ha roto nuestra capacidad de amar en plenitud, que es nuestro designio más hondo.
Al vivir aturdidos por ideologías que imponen una visión de lo humano absolutamente diversa, ese de-signio queda olvidado. Lo experimentamos en la vida concreta: nuestros amigos, colegas, incluso nuestros propios hijos parecen muchas veces vagabundos en una cultura que no les ofrece ni funda-mento ni apoyo o estímulo en sus anhelos por alcanzar una vida plena. La disolución de los vínculos familiares, la incapacidad de amar, de sonreír, de confiar, de ser feliz le dan crédito a esas “herejías antropológicas”, por utilizar una expresión común en el vocabulario del P. Kentenich.
Y, sin embargo, en medio de la oscuridad sigue brillando la humanidad redimida. María Inmaculada no es una recriminación a nuestra visión desorientada, es un recuerdo constante de la inmensa grandeza que duerme en nosotros.
María Inmaculada es el ícono de lo auténticamente humano, de la humanidad redimida. Todo en ella, su estructura psicológica, emocional y física, está equilibrado y se complementa con la gracia, lo que la hace auténticamente humana.
Anhelamos un “espíritu de Inmaculada”
Desde el punto de vista teológico, el dogma de la Inmaculada Concepción hace referencia a la libertad de María frente pecado original en vistas a la Redención. Es decir, al mirar a María Inmaculada vemos lo que significa haber sido redimidos por Cristo.
En la hora de la Anunciación María es llamada “llena de gracia”, que es como decir “plena del amor de Dios vuelto hacia ella”. ¿Eso la hace lejana o “menos humana”? La vida en diálogo con Dios, ¿es un agregado optativo a nuestra humanidad? Lo sorprendente de nuestra condición humana es que incluye necesariamente la gracia para llegar a ser aquello que estamos llamados a ser. Nunca vamos a ser per-fectos sólo por esfuerzo propio, más allá de todos los cursos de autorrealización en los que participe-mos. Nuestra verdadera identidad, determinada por la capacidad de de amar, sólo puede desarrollarse plenamente si es sanada en Cristo.
Por eso nuestra condición humana anhela la Redención, la armonía que irradia la naturaleza cuando interactúa con la gracia. Anhela, aún sin saberlo, el “espíritu” del amor verdadero, más concretamente: un “espíritu de Inmaculada”.
“Espíritu de Inmaculada” – Una parte irrenunciable de nuestro carisma

María nos revela lo que es amar en plenitud, con nuestro cuerpo y con nuestra alma, cada uno según su vocación. Desde el Santuario nos regala su sabiduría pedagógica para ayudarnos a crecer en una forma más pura de amar. María abraza mi naturaleza así como es, la acoge con su grandeza y con su vulnera-bilidad. Me enseña a “humanizar” mi corazón para el amor: en el respeto sin prejuicios frente a la gran-deza herida del otro, en el esfuerzo por admirarlo más que por poseerlo.
Desarrollar la habilidad de amar de una forma más pura y desprendida es irradiar “espíritu” de Inmacu-lada, es generar espacios que posibiliten un organismo de vinculaciones en los cuales pueda crecer el verdadero amor. María Inmaculada, la mujer de las relaciones, nos ayuda a restablecer el orden del amor en nuestro corazón. Esta es la alternativa de Schoenstatt a las herejías antropológicas.
Esto hace nuestro carisma más concreto. Para que ilumine nuestra oscuridad necesita de personas que estén fascinadas por él, en las que el espíritu de Inmaculada crezca a través de la alianza de amor con María. El amor de Cristo, amor en plenitud, nos apremia (cf. 1 Cor 5,14). Entre “Inmaculada” y “amar en plenitud” hay mucha más sintonía de lo que se podría suponer a simple vista. Pidamos al Espíritu Santo que nos introduzca cada vez más en nuestro carisma, para comprender y anunciar todavía con mayor hondura la relación entre el amor auténtico y el espíritu de Inmaculada.
Foto: Hna. M. Nilza P. da Silva