El 8 de junio la Hna. M. Emmanuela Ghioldi fue galardonada en Quarten (Suiza) con el Prix-FAGS, el premio del Grupo de Trabajo de Mujeres de Sarganserland, por el trabajo de toda una vida (ver el artículo aquí): Durante muchos años se ha dedicado por completo al servicio de los pobres y enfermos de Burundi. Schoenstatt.com tuvo la oportunidad de hablar con ella personalmente sobre su compromiso y lo que la motiva.
Hna. M. Emmanuela, ¿cómo surgió su misión en Burundi y cuál es su trayectoria profesional?
Cuando tenía 10 años, prometí a Dios que algún día me dedicaría a servir en un país pobre. Eso influyó en mi elección profesional. Estudié para ser enfermera (hoy lo llamamos «especialista en enfermería») en la Escuela de Enfermería de Ilanz, en el cantón de Grisons, en Suiza. Durante mi formación participé de la Juventud de Schoenstatt. A los 22 años tomé la decisión de pertenecer a las Hermanas de María de Schoenstatt – unido con el deseo de ser enviada a un país de misión. Cuando me presenté en Quarten, me enteré de que la Provincia Suiza pronto asumiría la responsabilidad de la zona de misión en Burundi, África Central. Así que en 1984 ingresé en la comunidad de las Hermanas de María con el anhelo de ser enviada más tarde a Burundi.
Tras su vestición, trabajó inicialmente por varios años en diversos ámbitos dentro y fuera de la comunidad de las Hermanas. Durante ese tiempo aprendió francés para prepararse para el nuevo destino. Y un día llegó el momento…
Sí, en febrero de 1996 pude volar a mi nuevo hogar, Burundi: un país asolado por la guerra civil desde 1993 y que seguía en situación de guerra. Las Hermanas teníamos nuestra casa junto al Santuario de Schoenstatt en Mutumba, en la llamada zona roja. Mutumba está a unos 30 kilómetros de la capital, Bujumbura. La población se refugiaba a menudo en nuestras casas. La gente se sentía más segura allí.
Poco después de mi llegada, la embajada alemana nos envió un mensaje para que abandonáramos el país inmediatamente por motivos de seguridad. Sin embargo, decidimos no abandonar a la gente. También había razones religiosas: La Virgen ha fijado su residencia aquí, en la pequeña capilla, por lo que seguimos siéndole fieles. Durante la guerra, experimentamos varias veces la evidente protección de lo alto. Siempre podíamos tocarla con las manos.
Me impresionó el testimonio de un antiguo rebelde que, después de la guerra, le dijo a una joven hermana del lugar: «¡Usted reza mucho! Varias veces planeamos atacar las casas de las hermanas, pero siempre dimos marcha atrás sin saber muy bien por qué». Hubo muchos robos en esa época y también hubo muertos.
¿Cómo es su trabajo en el hospital en este momento?
No estoy en un hospital. Trabajo en el Centro de Salud Mutumba, que pertenece a las Hermanas de María de Schoenstatt desde 2004. Se trata de un centro de salud ambulatorio en el que solo tenemos un médico tres días a la semana. El tratamiento, por lo demás, está principalmente a cargo de enfermeras y enfermeros. Acuden a nosotros muchos pacientes que en Europa necesitarían hospitalización. Derivamos a los que necesitan una operación o padecen enfermedades complejas a nuestro hospital de distrito o de ciudad. Nosotros mismos tenemos un pequeño hospital con 40 camas, donde tratamos a unos 125 pacientes al mes. Como responsable del centro de salud, trabajo principalmente en el área administrativa.
¿Cuál es la realidad social de las personas que acuden a su centro?
Tenemos pacientes con una gran variedad de patologías. La enfermedad más común es la malaria, pero también tenemos niños pequeños con neumonía, personas con enfermedades gastrointestinales o parasitarias, heridas tropicales, lepra, quemaduras o enfermedades de la piel, enfermos síquicos (especialmente pacientes con psicosis), tuberculosos, diabéticos, desnutridos, víctimas de accidentes, etc.
También tenemos una maternidad que ofrece exámenes prenatales y un sistema de vacunación para recién nacidos y lactantes. En este sentido, muchas madres y madres embarazadas también acuden a nosotros. También atendemos a personas seropositivas.
Vivimos aquí, en Mutumba, en una región donde hay mucha gente pobre. Ayudamos a muchas personas que no pueden pagar los medicamentos o los cuidados y cubrimos los gastos de hospitalización. Los diabéticos, en particular, no suelen poder pagar la insulina, ya que aquí existe lo que se conoce como diabetes del pobre. Las familias de las personas con psicosis también nos agradecen que cubramos el coste de medicamentos caros. Pero las personas que visitan nuestro centro de salud a menudo acuden a nosotros no solo con problemas médicos, sino también con todo tipo de preocupaciones: cuando tienen hambre, su casa se ha derrumbado, sus hijos necesitan cuadernos para la escuela que sus padres no pueden pagar, etcétera. Así que nos enfrentamos a muchos problemas de pobreza y, gracias a las donaciones de un círculo de benefactores, también podemos ayudar a muchas personas.
Ahora le han concedido un premio por su trabajo. ¿Qué opina de este honor?
Me gustaría transmitir mi premio al buen Dios, porque después de todo, es «culpa suya» que me haya llamado y que haya encontrado mi lugar aquí en Mutumba. Esto me ha permitido mantenerme fiel a mi promesa de la infancia y ayudar a los pobres durante años.
Traducción: Enrique Soros