Movidos por una incesante invocación del Espíritu Santo, los participantes fueron invitados a compartir en pequeños grupos la experiencia personal de lo que va siendo este Pentecostés.
La santidad del momento se dejó sentir con especial intensidad cuando siete schoenstattianos mayores de 65 años, entregaron ante el altar antorchas que recibieron siete jóvenes que se comprometieron a no dejar que se apagara el fuego del Espíritu en la familia de Schoenstatt. Este fuego perdurará alimentado por las frecuentes contribuciones al capital de gracias.
¡Aquí estoy! Fue la exclamación que en diversas lenguas condujo a una interpretación juvenil del himno de Franz Reinich. Los chicos llenaron la colosal Iglesia con una armoniosa mezcla de entusiasmo, alegría y unción. A continuación, se presentaron numerosos hermanos en la alianza, que intercedieron por las necesidades de la Iglesia, de Schoenstatt y del mundo. A las peticiones respondimos orando con el melodioso nombre de nuestra madre: María.
Concluimos con algunos momentos de adoración y la bendición con el Santísimo Sacramento. Belleza, unción, alegría, esperanza, alianza hechas vida por el mismo Espíritu que inspiró la obra de Schoenstatt. Que siga inspirándonos el Fuego Divino que no abandona a su Iglesia.
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