Los juguetes de colores son más que sencillos detalles que adornan y alegran la mesa de trabajo de Maria Claudia: son piezas esenciales para la tarea que realiza. María Claudia Cavalcanti Vasconcelos es una psicopedagoga que trabaja en Lajedo, Pernambuco, en Brasil. Es dirigente de la Liga de Familias de Schoenstatt y selló su Alianza de Amor con la Madre y Reina hace ocho años.

Además del apostolado con las familias del Movimiento, María tiene una misión especial con otras familias. En su labor profesional acompaña a niños y adolescentes con autismo, buscando formas de ayudarles a superar las dificultades de aprendizaje y convivencia. Además Claudia recibe a madres y padres, muchas veces angustiados, que le confían sus incertidumbres y necesidades sobre la formación de los niños.

Hemos entrevistado a María Claudia quien responde a nuestras preguntas, desde su experiencia en la Alianza de Amor, fundamento de su vida y su trabajo :

Su área de especialidad profesional es la “Inclusión escolar en los trastornos del neurodesarrollo del autismo y sus comorbilidades». ¿Por qué eligió esta especialidad?

Siempre me ha interesado entender cómo se desarrolla el aprendizaje, y sobre todo, cuando no ocurre este aprendizaje, para poder intervenir asertivamente y así ayudar a los niños y adolescentes a superar sus dificultades y tener un desarrollo satisfactorio, permitiendo su éxito académico. Schoenstatt tiene la misión de renovar el mundo. En este sentido, ¿de qué manera contribuye su trabajo a esta renovación en el ámbito familiar, escolar y social?

En primer lugar, me parece admirable el trabajo y el carisma del Movimiento de Schoenstatt. Cuanto más lo conocemos, más nos encanta su misión y que, de hecho, tiene el poder de transformar vidas.

El trabajo psicopedagógico se centra en el aprendizaje humano, que abarca patrones evolutivos normales y patológicos así como la influencia del entorno, es decir, la familia, la escuela y la sociedad. Así, a través de la evaluación del niño o el adolescente que presenta un retraso en su aprendizaje, podemos señalar la hipótesis y luego se elabora un plan de intervención. Para ello, es necesaria la participación efectiva de la familia y la escuela, ya que el papel del psicopedagogo es mediar esta interacción con el fin de promover el desarrollo del niño para que en el futuro sea capaz de incorporarse en la sociedad.

Durante la pandemia, ¿qué iniciativas propuso para continuar su misión a pesar de los numerosos límites del contacto virtual o la proximidad física?

En ese momento creo que todos tuvimos que reinventarnos. Lo que antes parecía algo lejano, de repente era lo que vivíamos día a día: la interacción en línea.

Al principio había cierta inseguridad, pensando que los niños no responderían, ya que la mayoría son autistas. Pero las dificultades fueron superadas y con la dedicación de los padres se obtuvieron resultados muy positivos y gratificantes para todos.

En su opinión, ¿la formación que recibe de Schoenstatt le proporciona algo distinto para el ejercicio de su tarea? 

Sí, en Schoenstatt aprendemos a valorar al ser humano, apreciando los valores y debilidades de los demás, tratando de no hacer juicios, así como nuestra Madre y Reina acoge a todos. En mi trabajo como psicopedagoga trato directamente con las vidas de madres y padres que llegan con conflictos e incertidumbres. Muchos incluso se sienten fracasados como padres, porque dicen que no saben qué hacer con su hijo y están buscando orientación. En este momento es cuando necesito la sabiduría para guiarlos de alguna manera, y para ello, además de conocimientos teóricos y científicos, debo poder verlos con esa mirada acogedora.

Desde su experiencia profesional, ¿cómo podría la sociedad comprometerse más con estos niños y adolescentes?

Entendemos que la familia es el entorno donde el niño tiene su primer contacto social. Cuando hay un niño que necesita cuidados especiales, la familia debe en primer lugar aceptar y buscar las intervenciones necesarias. La escuela es entonces el entorno que proporcionará un contacto social más amplio en el que, según la Ley de Inclusión, todos, independientemente de su condición tienen derecho a la educación.

La escuela inclusiva debe estar basada en la ética y sustentada en actitudes de responsabilidad con un vínculo afectivo con los demás, respetando las diferencias de cada ser humano. A nivel social, es necesario un mayor compromiso de las personas involucradas para exigir al gobierno la creación de políticas públicas que puedan ofrecer una mejor calidad de vida para estos niños y jóvenes que necesitan más atención”.