Condenados por el Santo Oficio
En muchas bibliotecas personales de teólogos se hallan libros de los famosos teólogos Henri de Lubac SJ e Yves Congar OP. Ambos se hicieron conocidos como destacados teólogos y consejeros del Concilio Vaticano II. Pero quien contemple la historia de sus vidas se espantará de la manera como la Iglesia, en la figura del “Santo Oficio”, procedió con ellos, y descubrirá asombrosas similitudes con el trato que esa autoridad y sus representantes dispensaran al P. José Kentenich.
29 de diciembre de 2020 - Press Office Schoenstatt International

En el caso de Henri de Lubac SJ (*1896 – +1991, Francia) se llegó a una condena “por error”. Sus tesis teológicas se habían hecho sospechosas de modernismo a ojos de Roma. Cuando en su encíclica “Humani generis”, de 1950, el papa Pío XII condenó “ciertas opiniones falsas”, que “amenazaban socavar los cimientos de la Iglesia católica”, algunos observadores consideraron que se hacía referencia a Lubac, si bien ninguna de las acusaciones contenidas en dicha encíclica valía para su obra. Las autoridades de la Compañía de Jesús tuvieron que promulgar un decreto de prohibición de enseñar y hacer publicaciones, sin que le fuese comunicado a de Lubac de qué era acusado. Recién mediante su designación como consultor del Concilio fue “rehabilitado” de facto.
En sus publicaciones sobre teología, el dominico Yves Congar OP (*1904, +1995, Francia) se había ocupado de la Iglesia en cuanto pueblo de Dios, el papel del laico, la acción del Espíritu Santo en la Iglesia y una comprensión dinámica de la tradición. Se trataba de temas que pasaron a ser puntos importantes de los debates del Concilio Vaticano II. No obstante antes del Concilio resultaban provocadores, y con su propuesta Yves Congar había de entrar en conflicto especialmente con el P. Sebastian Tromp, que había elaborado un esquema totalmente distinto para el decreto sobre la Iglesia.
Congar fue desterrado tres veces, primeramente a Jerusalén, luego a Roma, y finalmente a Cambridge. En anotaciones de su diario personal compara varias veces al Santo Oficio con el sistema policial de la Gestapo: “Estoy agotado, destruido, perdido, excluido de todo”, escribe con desesperación, “enfrento un sistema inescrupuloso, un sistema que no puede corregir ni tampoco al menos reconocer sus injusticias…” Su rehabilitación consistió en ser convocado a la comisión preparatoria del Concilio.


Entre los condenados de aquella época se encuentran asimismo teólogos y sacerdotes como el Padre Pío (*1887,+1968), más tarde canonizado; el sacerdote italiano Primo Mazzolari (1890-1959), que se había comprometido con la causa de la paz y la justicia; y el canonista alemán Joseph Klein (1890-1976), que había cuestionado el sistema jurídico de la Iglesia, luchado por una Iglesia de “libre obediencia”, y propuesto que se acentuara más fuertemente la libertad de conciencia.
En la primera mitad del s. XX, al “Santo Oficio” le parecía particularmente sospechosa la vinculación entre teología y psicología, especialmente si se trataba de psicología profunda, y el abordaje que desde ese lugar se pudiera hacer de cuestiones de la sexualidad humana. En este sentido también la Dra. Anna Terruwe (*1911, +2004), psiquiatra católica holandesa, estuvo en la mira del “Santo Oficio”. La Dra. Terruwe descubrió el “trastorno de privación” y su curación. Dado que en sus argumentaciones se apoyaba en santo Tomás de Aquino, la autoridad romana no titubeó en proceder también interdisciplinariamente y pronunciar su condena, prohibiéndole a la Dra. Terruwe continuar con sus tratamientos. En 1969 la Dra. Terruwe fue recibida por el Papa en una audiencia oficial.

Anna Terruwe se apoyaba, entre otro material, en trabajos del teólogo tomista Willem J. A. J. Duynstee (*1886, +1968, Holanda). Ambos tenían un proyecto similar y colaboraron entre sí. Como en el caso de Anna Terruwe, también en el de Duynstee intervino el P. Sebastian Tromp. Tromp consideraba que Duynstee sería un teólogo modernista.
Paralelismo con el caso José Kentenich
En todos los casos mencionados se aprecia similitudes con la manera de proceder del “Santo Oficio” en relación con el P. Kentenich. La causa Kentenich era, por lo tanto, una entre muchas que fueran tratadas de manera parecida por la autoridad romana. A diferencia de los casos mencionados, el exilio del P. Kentenich fue inusitadamente largo, y afectó no sólo una enseñanza teológica sino a todo un Movimiento internacional de vida al que pertenecían miles de matrimonios y otros laicos, sacerdotes y religiosas.
Resulta interesante la reacción del P. Kentenich ante el procedimiento del “Santo Oficio”. Esa reacción demuestra cómo se puede unir amor a la Iglesia con intrepidez y franqueza:
“Para mí estaba muy claro: ‘Tienes que dar prueba de que también ante el Santo Oficio se puede mantener la franqueza más allá de todo el respeto, obediencia y docilidad debidos. Cuando más tarde el cardenal de Colonia (Frings) criticó a Ottaviani, saqué la siguiente conclusión y también la compartí: Si el cardenal de Colonia, si incluso todo el episcopado hubiera sido más franco con el Santo Oficio, no habría sido necesaria una reforma del Santo Oficio, ni tampoco esa crítica pública. Se lo digo con todo realismo para que vean que siempre hubo una línea muy clara, siempre una intrepidez inconmovible.”
En su libro “Mis experiencias con la Iglesia”, publicado en 1989, Bernhard Häring, especialista en teología moral, señaló paralelismos entre los condenados por el “Santo Oficio”:
“Me solidaricé íntimamente con el sufrimiento psicológico de mi hermano holandés en religión, el P. W. Duynstee, prestigioso profesor de historia de la religión… En oportunidad de una visitación canónica en Holanda, lo alcanzó el rayo de Tromp: fue desterrado de Holanda sin que se le informase ni a él ni a los superiores una razón concreta de tal medida. El P. Duynstee vivió varios años desterrado en San Alfonso [Roma]… Tromp ni siquiera habló personalmente con el P. Duynstee… Recién en el tiempo de preparación del Concilio el cardenal Alfrink y el Padre General [SJ] lograron obtener primero un permiso para que el P. Duynstee hiciera una visita en Holanda (¡pero no en Nijmegen!), y más tarde la autorización para regresar a su patria. Recuerdo todavía muy bien que el P. Duynstee me preguntó si la continuación del destierro de Nijmegen podría deberse a otros motivos que no fuesen la pretensión del Santo Oficio de tener razón a pesar de todo.
Un caso similar que llegó a mi conocimiento fue el destierro del P. Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt y de florecientes comunidades de religiosas. El P. Tromp lo había desterrado a los EE.UU. con la orden estricta de no mantener contacto con sus fundaciones. Él obedeció ejemplarmente. Durante el Concilio me pidió el obispo de Münster que examinara los escritos del P. Kentenich y elaborara un dictamen sobre ellos para elevarlo al papa Pablo VI. Así lo hice. Verdaderamente no hallé ni la mínima cosa que pudiese parecer herética. Pablo VI ordenó la plena rehabilitación del P. Kentenich. El modo y manera como tuvo lugar me volvió a dar mucho que pensar.”
